Libros

El helado de monseñor Castro


El caballero de la triste armadura

Mons. Luis Augusto Castro

Editorial san Pablo

Bogotá, 2015

164 páginas

2008

Como si se tratara de un helado de ron con pasas, monseñor Luis Augusto Castro, Arzobispo de Tunja y Presidente de la Conferencia Episcopal, acaba de entregar a los lectores su último libro.

La comparación no es gratuita; monseñor la utiliza al presentar su libro: “he querido que sea un libro agradable, que se deje leer, como los buenos helados que se dejan comer”.

Y lo logra. Escribe con la cariñosa amenidad del buen catequista y con la calidez de un viejo amigo.

No tiene reparos en confesar su gusto de niño por las colombinas “de cabeza redonda exquisita y un palo delgado insignificante”, con tal de hacer entender que “hay seres humanos que han desarrollado al máximo la cabeza en comparación con el insignificante palito que se arroja a la basura, porque son todo cabeza y poco corazón” (p. 8).

En otra página alude a “los sueños de los gatos repletos de ratones”, para aludir a los sueños de las víctimas “llenos de esperanza en la justicia” (p. 55).

Y cuando necesita enfatizar en el compromiso para hacer la paz evoca la imagen del trapecista: “suspendido entre el cielo y la tierra”, cuya única esperanza para no estrellarse contra el piso es el otro trapecista que le ofrecerá una mano segura, “el riesgo es real, el quedar en manos de otro es real”, “es lo que sucede en el abrazo con el enemigo” que todos los colombianos contemplamos en estos tiempos de un proceso de paz (p. 58).

La referencia con que sacude la atención del lector a quien le ha planteado la acción de Dios que entabla alianzas de amistad con los hombres es viva: “te digo que Dios no tuvo que leer el viejo libro ‘Cómo ganar amigos e influir sobre las personas’” (p. 81).

En algún momento conmueve la sensibilidad adormecida del lector para hacerle ver la naturaleza del resentimiento, como el caracol que engulle el pez “que termina en el estómago de su predador y se alimenta comiéndose la carne de su devorador. De esta manera va acabando poco a poco con el pez” (p. 87).

Esas son las pasas del helado. El sabor sólido del ron lo dan las reflexiones sobre el proceso de paz y el postconflicto. Son temas que aparecen en el libro, iluminados por su larga y fecunda experiencia y por el estudio cuidadoso que ha hecho del conflicto y sus posibles soluciones.

Conocedor como pocos de los guerrilleros, que han sido las ovejas negras de su grey, y de las tentativas de diálogo con ellos desde el Gobierno, sabe cómo puede hacerse un diálogo limpio en La Habana:

Reconocer al otro como adversario, no como enemigo.

Abrirse a los puntos de vista del otro.

Compromiso común para acortar las distancias.

Renuncia de unos y otros a una parte de los sueños.

Aceptar que debe haber concesiones de lado y lado.

Superar los momentos de crisis.

Rechazo de la coerción como táctica.

Es una sabia síntesis de sus experiencias en el arte de dialogar, que recoge como claves que permiten hacerle un seguimiento a las conversaciones con un amplio margen de comprensión.

Aún más importante y complejo es el proceso de reconciliación, atravesado por complejidades que el autor reduce a una creativa síntesis: Ante los desafíos políticos implicados en la reconciliación, monseñor Castro enumera:

La intervención de los excluidos.

La solución social, no militar, de los conflictos.

El reconocimiento del valor de las minorías.

La prioridad para la convivencia, por encima de la lucha jurídica o militar.

Priorizar la presencia del Estado donde es más débil.

Redefinir el papel del ejército.

Llegar a procesos de acuerdo y de convivencia.

Abrir la conciencia al hecho de que la violencia siempre es estéril.

Asimismo resultan de una amable claridad los desafíos éticos del postconflicto que él enumera:

Ningún fin justifica medios atroces.

Toda acción se debe proyectar hacia el prójimo.

Pasar de la indiferencia a la deferencia.

Desarmar la agresividad y armar la convivencia.

Vivir la solidaridad genuina y efectiva.

Tomar partido por la vida y las víctimas.

Darle sentido moral a la política.

Unir verdad, perdón y reparación en una sola actitud.

Saber que la venganza destruye y envenena.

Valorar la experiencia de quien ha perdonado.

Contra la opinión difundida con interés político, sobre la prioridad de la justicia sobre el perdón, monseñor Castro acumula argumentos:

1. El perdón se vuelve una obligación cuando va después de la justicia; y su naturaleza es la de un don producto de la magnanimidad.

2. El perdón crea el clima propicio para que la justicia no se convierta en venganza.

3. La justicia es lo relativo a persona o grupo; el perdón habilita a la persona para que pueda ser parte activa del grupo que reclama justicia.

4. Para que la justicia sea verdadera justicia debe contemplar la misericordia y esta solo se entiende desde el perdón. De lo contrario la máxima justicia llega a ser injusticia.

5. La justicia sola no garantiza una nueva convivencia y la víctima sigue siendo víctima, lo mismo que el victimario, será siempre victimario. Ese horroroso estado de cosas solo lo altera de modo radical el perdón, anterior a la justicia.

Hay una manera de decir las cosas, que sigue el mismo estilo de enseñanza de que se valió Jesús, es la de El Caballero de la triste armadura, libro con el que monseñor Castro parece estar inaugurando otra manera de escribir cartas pastorales. ¿Por qué no intentarlo?

Javier Darío Restrepo

Actualizado
12/07/2015 | 00:00
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