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Diplomacia pastoral


ECLESIOLOGÍA

El libro, escrito con rigor científico, sigue la historia de una pasión por la paz

DIPLOMACIA PASTORAL

Autor: Ulrike Purrer Guardado

Editorial: UCA editorial

Páginas: 419 pp.

Lugar y año: San Salvador, 2015

Rivera y Damas: un pastor entre lobos

En su tesis sobre la diplomacia pastoral de Rivera y Damas, Ulrike revive una imagen reveladora: en el castillo de Chapultepec se habían desplegado todas las galas del poder para celebrar un momento histórico: la firma del acuerdo de paz que le ponía fin a la sangrienta guerra de El Salvador.

En la mesa central el presidente Cristian; el comandante, representante de la guerrilla; el plenipotenciario de las Naciones Unidas, que lucía como al gran arquitecto del acuerdo y concentraba la atención de decenas de cámaras de medios de comunicación del mundo y, alrededor, embajadores, políticos, congresistas, funcionarios altos, personajes de embajadas y organizaciones internacionales, como testigos del comienzo de una nueva era para El Salvador. Y casi invisible, detrás de una columna, el arzobispo Arturo Rivera y Damas, arzobispo de San Salvador y artesano de este momento. Por su memoria pasaban, en alucinante sucesión, los incontables días dedicados a preparar los minutos de este momento. Desde aquel 8 de abril de 1983 cuando fue investido como arzobispo y había anunciado: “consideramos como prioridad el problema de la guerra y de la paz para que se ponga fin a la guerra por medios pacíficos” (123).

Desde entonces se dedicó a oír todas las voces con la idea de crear, primero, una plataforma de confianza de unos y de otros. El Salvador en aquel momento estaba atravesado por los vientos huracanados de la radicalización de derecha y de izquierda: una encuesta de agosto de 1989 registró la desconfianza del 74.7% de la población civil hacia el gobierno. Para el Ejército los grupos populares representaban el comunismo internacional y sus prácticas terroristas que debían ser combatidos y destruidos de cualquier manera (Cf. 156).

Por su parte, la guerrilla y la población pobre sabían que se habían agotado los medios democráticos para obtener las inaplazables reformas sociales que solo se alcanzarían con las armas y mediante un levantamiento popular. Entre esas dos distantes orillas, el arzobispo Rivera, más cercano a los pobres y consciente, desde el comienzo, de que su tarea era la de construir puentes que acercaran esas dos orillas.

Y cuenta la autora: “compartió la comida preparada por la cocina de la guerrilla, durmió en hamaca, marchó a pie de una parroquia a otra, se bañó y lavó en el río Sumpul, celebró una misa que fue retransmitida por las emisoras de la guerrilla y escribió: ‘seguí profundizando mi conocimiento de la vida de la guerrilla, el espíritu de solidaridad de la gente combatiente y de la población civil. La visita era un riesgo, pero en mi caso era un deber’” (157).

Página tras página, el libro escrito con rigor científico sigue la historia de una pasión por la paz: crea el Socorro Jurídico, la Tutela Legal, vela por los desplazados, abre caminos para los repatriados; promueve intercambios de presos, reúne a las partes en guerra en fracasados acercamientos que, sin embargo, dejan la sensación de que convivir sí es posible; promueve un Debate Nacional de Paz para acostumbrar las mentes; interviene en el proceso de liberación de la hija del presidente Duarte, secuestrada por las guerrilla. Es una actividad sin pausas y con escasos resultados, pero con la fe inconmovible de que el diálogo acercará y permitirá ver.

En un congreso internacional en octubre de 1984 le preguntaron cómo era posible que negociara con terroristas: “porque confío en el hombre”, respondió.

Todo esto pasó por su memoria, sentado y casi invisible detrás de aquella columna mientras a unos pasos transcurría la solemne ceremonia de la firma del Acuerdo de paz.

El escándalo mayor de la historia corre por cuenta de los obispos que en vez de la mirada del pastor habían adoptado la del político. Que fue el caso de los desplazados refugiados en las instalaciones del seminario de San José de la Montaña. “Ese campamento se ha constituido en un nido de la subversión”, dijeron los obispos Revelo y Aparicio. “Los desplazados deben marcharse”. Ya los militares habían invadido el campamento y algunos desplazados habían sido asesinados. Esa vez afloró una división entre obispos que padecían la paranoia anticomunista y los que, como Rivera y Damas, preferían la lógica del Evangelio.

El lector vive esta apasionante historia del arzobispo que redimió la palabra “diplomacia” y la descubrió capaz de servir como instrumento del amor de Dios por los pobres.

Javier Darío Restrepo

Actualizado
05/03/2017 | 00:00
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