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‘Del Vaticano II a la Iglesia del papa Francisco. Cincuenta años de posconcilio’


Un libro de Joaquín Perea (PPC) La recensión es de Jesús Martínez Gordo

Del Vaticano II a la Iglesia del papa Francisco. Cincuenta años de posconcilio,  Joaquín Perea (PPC)

Título: Del Vaticano II a la Iglesia del papa Francisco. Cincuenta años de posconcilio

Autor: Joaquín Perea

Editorial: PPC

Ciudad: Madrid, 2015

Páginas: 314

JESÚS MARTÍNEZ GORDO | El autor estructura los 50 años transcurridos desde la clausura del Vaticano II en cuatro etapas: la euforia del primer posconcilio tras el malestar bajo Pío XII, las contestaciones surgidas inmediatamente en el segundo período posconciliar, la restauración con Juan Pablo II y Benedicto XVI, y, por último, las expectativas suscitadas por el papa Francisco.

En el primer capítulo expone que “esta Iglesia es muy distinta de la del Concilio” (p. 34), en buena parte, debido a la existencia de dos modelos de Iglesia enfrentados: la pronta a dar un testimonio fuerte y la dispuesta a dialogar y a aprender del mundo (p. 38).

Es la primera vez en veinte siglos de historia de la Iglesia, sostiene Joaquín Perea en el capítulo III, que un concilio se dirige al mundo, lo escucha y discierne los signos de los tiempos en la constitución pastoral Gaudium et Spes.

La problemática del “segundo posconcilio” es tratada en el apartado cuarto, ofreciendo el “ideario” de quienes “pensaban, con toda razón, que en los documentos conciliares estaban formuladas las líneas de fondo de la fe para nuestra época” (p. 102). Describe, a partir de dicho ideario, el bloqueo de la renovación eclesial como “silenciamiento de la teología del pueblo de Dios” y como una “reforma fallida de las instituciones”.

En el capítulo VI estudia los “diversos prototipos de católicos en la misma Iglesia”, para plantearse (y responder) en el siguiente a la pregunta sobre “quién pertenece realmente” a ella.

Creo, prolongando el interesante trabajo del autor, que la cuestión sobre los modos de presencia y relación de la Iglesia con el mundo se podría enriquecer teniendo delante los debates surgidos con ocasión del congreso de la Iglesia italiana en Loreto (1985), así como en todos los congresos posteriores; un asunto al que Perea se refiere, aunque no lo recoja (y analice) en la relevancia que –en mi opinión– tiene.

Su análisis sobre la Gaudium et Spes también podría haber sido complementado con las críticas vertidas en su contra: particularmente, las referidas a la ausencia de un adecuado tratamiento del pecado (tradicionalistas), el escaso peso dado al anverso de miseria y muerte en la modernidad (progresistas) y el gran peaje eurocéntrico que acaba pagando.

Cabría señalar, igualmente, que los criterios de pertenencia eclesial que formula (oportunos, por supuesto) podrían haber sido enriquecidos con otros referidos, por ejemplo, a los llamados cristianos anónimos; una cuestión particularmente urgente en nuestros días.

Y, para finalizar el apartado de las sugerencias, creo que el lector habría agradecido un estudio de los momentos y mecanismos activados por la lectura involutiva que llevó a primar la “comunión” en vez de la “teología del pueblo de Dios”, además de una concepción unipersonal del primado que acabó acogotando la colegialidad, la sinodalidad, la corresponsabilidad y las instituciones en las que se expresan.

No puedo cerrar esta recensión sin subrayar tres capítulos que me resultan particularmente interesantes. El segundo, cuando profundiza en el problema de saber cómo hay que interpretar el Concilio: si como un nuevo Pentecostés o unos textos que se han de aplicar bajo la dirección de Roma. El quinto, cuando aborda el disentimiento que, entendido como “fruto de una fidelidad al origen más profunda y madura” (p. 145), permite “reformar la Iglesia”.

De los gestos a la gestión

Y el octavo, el más interesante y conocido de todos. El más interesante, porque, adentrándose en la figura de Francisco, llama la atención sobre la necesidad de que el actual Papa comience a pasar “de los gestos a la gestión”. Y el más conocido, porque constato –gratamente, por cierto– una coincidencia con él en varios de los puntos expuestos. Y, de él conmigo, en publicaciones anteriores en las que he analizado, además de “la conversión del papado”, la reforma de la Curia vaticana y la firme voluntad papal de propiciar un cambio de rumbo, la necesidad de mantener una relación adulta con el magisterio eclesial, la relación entre la Iglesia local y la llamada “Iglesia universal”, el estatuto teológico y jurídico de los obispos y de las conferencias episcopales o la elección de los sucesores de los apóstoles.

En apretada síntesis: libro con un título quizás un tanto pretencioso, con un desarrollo que no siempre responde a las expectativas que genera (los nueve capítulos que siguen a la introducción se corresponden solo puntualmente con la estructura adelantada) y con el que coincido en la apreciación de muchos de los retos que tiene por delante Francisco.

En el nº 2.971 de Vida Nueva

Actualizado
08/01/2016 | 00:27
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