Francisco en Corea – Orígenes del catolicismo en Corea

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Orígenes del catolicismo en Corea

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JAVIER RODRÍGUEZ | No fueron misioneros quienes sembraron con éxito la Fe en Cristo en la península de Corea, al otro extremo del mundo, al menos no directamente, ya que ese honor recayó sobre seglares coreanos a finales del siglo XVIII.

Comenzando por el principio, los primeros contactos habían empezado dos siglos antes. Entre 1550 y 1551, san Francisco Javier se encuentra en Japón realizando su labor evangelizadora, promoviendo la actividad jesuita en las islas, y en sus estancias en Hirado y Yamaguchi tiene contacto con convoyes comerciales llegados del reino de Corea al otro lado del mar.

En consecuencia, las misiones cristianas no tardan en plantearse ampliar su campo de acción, como pone de manifiesto el jesuita portugués Gaspar Vilela en una carta de 1567 donde explica que durante cuatro años ha intentado realizar la travesía de diez días que le separa de Corea, sin conseguirlo por la inestabilidad de la región.

Batalla coreano-japonesa de Haengju. (Korean War Memorial, Seúl).

Batalla de Haengju. (Korean War Memorial, Seúl).

Se daba además la circunstancia de que en aquel entonces los coreanos fueran refractarios a toda influencia exterior -con excepción de China, potencia a la que pagaban tributos anuales- al punto que el proselitismo de credos extranjeros estaba perseguido.

Tuvo que llegar una guerra brutal para que misioneros cristianos llegaran a Corea. Sucedió que a lo largo del último cuarto del siglo XVI un gran daimyō o señor feudal, de origen humilde y forjado en el ‘arte de la guerra’, llamado Toyotomi Hideyoshi había pacificado Japón, derrotando a sus enemigos internos, acabado con las seculares revueltas de campesinos y estabilizado al país. Momento en que fijó sus ojos en los países vecinos.

Recogiendo las pretensiones frustradas de su predecesor de invadir China, Hideyoshi retomó la ruta imperialista y a partir de 1586 instó a las autoridades coreanas a dar permiso a su ejército para desembarcar y enfilar el camino a territorio chino. Corea, fiel aliado o vasallo del dragón, se negó reiteradamente. Este orden de cosas aguantó hasta 1592, cuando finalmente un ejército de unos 200.000 hombres partió de Japón con destino a Corea, dando comienzo la invasión militar. Ese mismo año, el líder japonés incluso exigió tributos y sumisión a las misiones españolas asentadas en Filipinas.

Un jesuita madrileño en la Corea del siglo XVI

Así, acompañando a los soldados japoneses, el cristianismo arriba por vez primera a Corea, en las alforjas de militares conversos y unos pocos misioneros jesuitas que les acompañaban. Es el caso del jesuita Gregorio de Céspedes, quien gozaba ya de larga experiencia evangelizando japoneses, particularmente nobles y militares.

En diciembre de 1593 el general converso Konishi Yukinaga -bautizado Agustín– solicita al viceprovincial Pedro Gómez que envíe un padre a Corea donde se encuentra combatiendo. Cuenta que hay 2.000 soldados cristianos en las filas del ejército invasor que padecen los rigores de la guerra y requieren atención espiritual. A modo de respuesta, Gómez envía a Céspedes y a un hermano japonés llamado Fancam Leao.

Según explica el profesor Park Chul de la Universidad de Hankuk, la presencia de jesuitas en Corea con el ejército nipón tuvo que hacerse en secreto, pues no contaba con el beneplácito de las máximas autoridades, y de hecho tuvieron que regresar cuando fueron descubiertos. Aún así hay quien cifra en miles el número de paganos que pudo bautizar Céspedes [1].

Retrato de un hombre de Corea. Paul Rubens, 1617. [ampliación]

Retrato de un hombre de Corea. Paul Rubens, 1617. [ampliar]

La estancia del jesuita español en tierras coreanas se alargó en torno a un año, tiempo en el cual Céspedes redactó cuatro misivas dirigidas a Pedro Gómez en Nagasaki, quien a su vez informaba al superior de la orden, Claudio Aquaviva, en Roma [2]. Estos documentos son el primer testimonio detallado de un occidental en Corea, y se centran sobre todo la evolución del conflicto bélico, las condiciones inhumanas de la guerra y las negociaciones entre japoneses y chinos para lograr una paz que ve muy lejos.

Según algunos estudios, Céspedes habría jugado un papel relevante en la defensa de prisioneros coreanos de los abusos de sus captores, disuadiendo a mercaderes portugueses de participar del tráfico de esclavos que les ofrecían señores de la guerra japoneses.

Estos mismos historiadores narran que, inspirado por la labor de Céspedes, el jesuita italiano Francesco Carletti rescató en torno a 1597 a cinco coreanos del mercado esclavista de Nagasaki y los envió a Goa, en la India, adoptó a uno de ellos y lo llevó a Florencia. Bautizado como Antonio Corea, el que se considera el primer coreano en hollar suelo europeo recibió educación y acabó sus días residiendo en Roma. No pocos han querido ver en el retrato de Paul Rubens de un coreano, datado en 1617, la imagen del propio Antonio.

La invasión japonesa llegó a su fin en 1598. El ejército invasor había sido diezmado hasta quedar en 60.000 hombres y en octubre tuvo lugar lo que los coreanos llaman el “milagro de Myongyang”, cuando 16 de sus buques-tortuga derrotaron una flota japonesa de 133 naves. Al poco, el señor feudal Hideyoshi falleció en su palacio en circunstancias poco claras y el ejército nipón se batió en retirada.

Para entonces, la crudeza de los enfrentamientos dejaba atrás una Corea devastada y una hostilidad secular entre coreanos y japoneses que hizo que el primer contacto con el cristianismo no tuviera posibilidades de prosperar.

En el siglo XVIII, la Palabra germina en Corea

Como decíamos al inicio, tuvo que llegar un seglar autóctono para que la Palabra fuera predicada entre la sociedad coreana con eficacia. Más concretamente, abrió las puertas al cristianismo en aquel rincón del mundo Yi Seung-hun, nacido en Seúl en 1756 e hijo de un importante diplomático -alcanzó rango de champan, algo así como viceministro- del gobierno coreano.

Según cuenta el misionero francés Claude-Charles Dallet en su obra Historia de la Iglesia de Corea (1874), Seung estudió en una escuela herterodoxa donde se comparaba el confucionismo chino imperante con pensamiento occidental basado en la obra de Mateo Ricci, uno de los fundadores de la misión jesuita china, escritos en aquel idioma. Un compañero de estudios de Seung, Yi Byeok -quien se bautizaría Juan Bautista– es quien le anima a contactar con los jesuitas autores de esos escritos en Pekín.

Y en efecto, contaba 27 años cuando viaja a la capital china acompañando a su padre y entabla contacto con misioneros de quienes aprende el catecismo, al punto de recibir el bautismo con el nombre de Pedro, de manos del padre Jean-Joseph de Grammont. En 1784, regresa a Corea y trae consigo la Palabra de Dios, de la que se convierte en instrumento transmitiéndola a sus compatriotas.

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Pronto los primeros católicos coreanos se instalan en casa de Juan Bautista, con libros, rosarios, crucifijos y demás objetos religiosos traídos por Pedro desde Pekín. En 1785, mudados a casa de otro converso –Tomás antes Kim Beom-u– y según crece el interés por sus enseñanzas, las autoridades coreanas asaltan el lugar, confiscan los libros y detienen a los presentes. Como la mayoría procede de noble cuna, son liberados con una advertencia, sin embargo el plebeyo Tomás es ejecutado [3]. En el lugar donde ocurrió esta primera represión sangrienta se alza hoy la catedral de Myongdong.

Tras el arresto, Juan Bautista es confinado en su casa y, según Dallet, puesto bajo gran presión familiar para que abandone su fe, llegando a claudicar con grandes remordimientos. Aunque no se conocen los detalles de sus últimos días, lo cierto es que antes de que pase un año fallece y Pedro se convierte en el nuevo líder del incipiente culto coreano a Cristo.

En los años siguientes la comunidad crece pero sigue desconectada del resto del mundo, de modo que desarrolla ciertas particularidades. Por ejemplo, designan fieles como presbíteros para que administren los sacramentos pese a no estar ordenados y veneran a los espíritus de sus antepasados. Finalmente, en 1787, Pedro remite al obispo de Pekín sus dudas, monseñor Gouvea, para que les oriente. Este decide enviarles un sacerdote chino que tardará años en llegar.

Al no llamar la atención sobre sí mismos, los católicos coreanos son ignorados -más que tolerados- por las autoridades durante estos años, pero siguen seriamente amenazados. En 1791, un noble converso y miembro del gobierno llamado PabloYun Chi-chung de nacimiento- ante el funeral de su madre se niega a ofrecer el sacrificio que demanda la tradición coreana, lo que escandaliza a otros nobles que acuden al rey a denunciar el catolicismo como herejía. El monarca atiende sus demandas y condena a la muerte al hereje en diciembre de ese mismo año.

En 1794 ha pasado ya una década desde el bautismo de Pedro, y al fin llega desde China el primer sacerdote, Chu Mun-mo Ve­llozo, quien para su sorpresa se encuentra con una apreciable comunidad de 4.000 católicos con buena formación en la Palabra.

Desgraciadamente, la política del gobierno coreano se iba a radicalizar trágicamente en contra de los cristianos. En 1800 fallece tras 24 años de reinado el monarca Chong-ho y le sucede su hijo Sunjo. Sin embargo, como este apenas cuenta once años de edad, es la viuda Jeong-sun quien asume el poder como regente.

[1] Cory, Ralph M. Some Notes on Father Gregorio de Cespedes, Korea’s First European Visitor. Transactions of the Korea Branch of the Royal Asiatic Society (Vol. 37) 1937.
[2] Medina, Juan Ruiz. Orígenes de la Iglesia Católica Coreana desde 1566 hasta 1784. Ed. Institutum Historicum S.I., Roma, 1986.
[3] Ri, Jean Sangbae. Confucius et Jésus Christ. Ed. Beauchesne, 1979.