Editorial

El sitio para los jóvenes

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Cuenta atrás para el Sínodo convocado para octubre de 2018 bajo el título ‘Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional’. En España, a la espera de que la Conferencia Episcopal recopile los datos del macrosondeo realizado en diócesis, congregaciones y realidades eclesiales a partir del cuestionario de la Santa Sede, Vida Nueva ha tenido acceso a los informes de algunas de estas instituciones. Si bien puede resultar precipitado sacar conclusiones, sí se vislumbran pinceladas comunes significativas.



Los millennials no solo buscan tener voz; también voto. Se niegan a ser meros oyentes en la Iglesia, quieren ser sujetos activos. Ya desde hace años se defiende el concepto de “pastoral con jóvenes” como signo de implicación en su proceso de crecimiento personal y no destinatarios de un pack precocinado de formación.

Y no solo los españoles se expresan en esta línea. Lo corrobora el secretario general del Sínodo, Lorenzo Baldisseri, al adelantar intuiciones de las 130.000 respuestas recibidas a través de Internet. Así, no solo piden participar como auditores durante la asamblea sinodal, sino que solicitan entrar en el engranaje del Vaticano.

Esta reivindicación de corresponsabilidad no puede ser ignorada por cuantos ultiman los preparativos del Sínodo y por quienes están al frente de la reforma de la Curia. Los jóvenes se sienten fuera y se han quedado fuera. Son ya la generación del banco vacío, la que no pisa la iglesia.

Así lo refleja el barómetro del CIS, que revela que solo uno de cada diez jóvenes católicos va a misa. Una cifra más que preocupante, teniendo en cuenta que solo la mitad de los jóvenes españoles se declara creyente. La inercia puede llevar a elaborar una lista de culpables: la secularización, la crisis de la familia, la ideología de género, la sociedad líquida, las pantallas… Y aferrarse así a una aparente impotencia mientras los propios millennials católicos reclaman a su Iglesia pluralidad y escucha recíproca para dejar de contemplarla como una institución que les resulta ajena, distante e inquisidora.

Cuando se decide afrontar un tema tan trascendental y, a la vez, cotidiano como es la fe, la vocación y el discernimiento, de poco sirve reflexionar y programar si falta el actor principal: el propio joven. Si no se facilitan los cauces para una participación real y efectiva de jóvenes creyentes y alejados, se caerá una vez más en la autorreferencialidad. Se les marcará un camino a seguir para encontrarse con Jesús y darles sentido a su vida, y a buen seguro que ellos establecerán su propia ruta, como ya lo están haciendo, sin parada ni fonda en el templo.

A un año vista de la asamblea sinodal, hay tiempo para romper dinámicas, para que no se queden más bancos vacíos.

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