Editorial

Moda y religión: revestirse para el encuentro

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El Metropolitan Art Museum (MET), el centro expositivo de referencia de Nueva York, ha decidido dedicar la muestra más extensa de su historia a la relación entre el arte, la moda y la religión católica. Una propuesta inédita, con la colaboración de la Santa Sede, que ve una oportunidad única para establecer puentes entre creyentes y no creyentes en la búsqueda de la belleza.



La moda, como toda expresión creativa, encierra en sí misma una aspiración innata de la perfección y la verdad, como se ve en modistas como Balenciaga, cuyo magisterio y exquisitez en la costura, volúmenes, colores y tejidos hablan de un auténtico ejercicio de contemplación. En otras ocasiones, la aguja discurre por derroteros que pueden resultar provocadores e irreverentes. Una reacción primaria podría llevar a pensar que, compartir tan siquiera un mismo espacio con estos creadores arriesgados es, cuanto menos, bendecir a quien insulta y contagiarse de su mundanidad. Desde esta persepectiva, el cierre de puertas al MET sería una mera anécdota.   

Pero ya se sabe que juzgar el todo por la parte y condenar la moda como algo banal se puede volver como un ‘boomerang’. Porque esa misma frivolidad la puede ver un profano al contemplar las vestimentas litúrgicas de una eucaristía solemne. Sin olvidar que el mundo de la moda es mucho más que la pasarela para convertirse en un sector dinamizador económico y social, del que viven también algunas comunidades religiosas.

Liberados pues de los prejuicios y etiquetas superficiales mutuas, al sentido común debe sumar el sentido crítico a la hora de contemplar una determinada tendencia desde una mirada proactiva y no reaccionaria. La cultura del encuentro –que es santo y seña de este pontificado– requiere un constante diálogo atento a los signos de los tiempos, considerando estos foros como indispensables atrios de los gentiles.

Miles de personas visitarán hasta octubre la muestra del MET, una oportunidad para, en unos casos, toparse por primera vez con el hecho religioso, y, en otros, reencontrarse con él a través de un código que les es más familiar: el de la indumentaria. Habrá quien no vea más allá del forro de las prendas expuestas, pero no serán pocos los que se interroguen qué hay detrás de un pantalón o una capa, de la trascendencia que puede esconderse en el dobladillo.

La moda es un hecho cultural cotidiano innegable, que mueve y conmueve a mayores y jóvenes, ofreciendo un potencial catequético alternativo.  Y, para acercarse a esta periferia creativa para iniciar un diálogo, y hasta una pastoral con alejados, nada mejor que seguir el consejo que ya dio Pablo a los efesios: “revestirse” de un hombre nuevo.

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