Editorial

Los pobres nunca están de moda

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La Jornada Mundial de los Pobres –celebrada por primera vez el domingo 19 de noviembre– ha permitido situar una vez más en un primer plano de la opinión pública a los últimos. El almuerzo del Papa con los más desfavorecidos de Roma se coló durante unos minutos precisamente en la comida de millones de hogares.

Como ha asegurado estos días en Madrid el prefecto apostólico de Battambang (Camboya), el misionero jesuita español Kike Figaredo, “lamentablemente se ha tenido que crear una jornada sobre los pobres, porque en Occidente, tanto la sociedad como la Iglesia nos hemos olvidado de ellos”.

Bien es cierto que el calendario está repleto de campañas que buscan incidir sobre aspectos fundamentales de la vida de la Iglesia, pero no menos cierto es que la pobreza no es un tema baladí. Ni tan siquiera un hashtag pasajero de un pontificado nacido en el Sur. No lo fue para un Jesús, que vino a “anunciar a los pobres el Evangelio”.

Por eso, sorprende la timidez y cierta improvisación con la que se ha desarrollado la jornada más allá del Vaticano. No vale escudarse en que los 365 días tenemos presentes a los pobres. Ojalá fuera así para todos. Porque, lamentablemente, los pobres nunca están de moda.

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