Editorial

La llave contra el fundamentalismo

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La sangría del yihadismo parece imparable. Los atentados en el Reino Unido o el hostigamiento diario en Oriente Medio y el África subshariana generan la sensación de que la ofensiva del Estado Islámico y sus filiales resulta incontrolable. Acabar con el yihadismo no se logrará solo desde un despacho o con acciones militares, pues conjuga intereses sociales, políticos y económicos a escala global, difíciles de desenmarañar.

La psicosis que sobrevuela la ciudadanía europea se adereza con la tentación de sospecha hacia los musulmanes, en general, y los migrantes, en particular. Un cliché que se esfuma cuando los prejuicios se sustituyen por convivencia. La cultura del encuentro en el día a día se convierte en el mejor arma para vencer cualquier recelo. Una integración basada en el respeto al diferente y en la igualdad de oportunidades, especialmente en el ámbito laboral, para las nuevas generaciones de musulmanes ayuda a reducir los guetos.

A esto contribuye el diálogo interreligioso en torno al Dios de la paz, que apacigua cualquier tentación de islamofobia de manos de cristianos y judíos y entierra el mito de la guerra de religiones.

Junto a ello, educar en la libertad, en los derechos humanos y en el hecho religioso, tanto en el aula como en la mezquita, se presenta como la herramienta más eficaz para frenar cualquier radicalismo ideológico que nada tiene que ver con la fe.

No hay que olvidar que este fanatismo indiscriminado embiste no solo a la sociedad occidental, sino a cualquier musulmán que no comulgue con sus postulados.

Y ahí es donde la propia comunidad musulmana tiene la llave. Todos y cada uno, especialmente ante la ausencia de una autoridad global similar a la del papado que pudiera desmarcarse en bloque de todo fundamentalismo. La propaganda yihadista se combate si, quienes lo condenan, logran una visibilidad mayor que los verdugos. Durante años, España fue testigo de cómo la condena silenciosa del terror se confundía con cierta displicencia. Solo cuando la ciudadanía mostró su repulsa unánime y ostensible comenzó la derrota de los violentos.



De ahí que sean apremiantes iniciativas como la condena inequívoca e inmediata cada vez que se produce un ataque, la denuncia ante la justicia de aquellos ulemas radicalizados en su discurso o medidas ejemplarizantes, como la negativa de los imanes británicos a no enterrar a los terroristas.

Cada vez que la comunidad musulmana alza la voz frente a los asesinos y levantan sus manos para defender la verdad del Corán, deslegitiman a quienes utilizan el islam como excusa para justificar lo injustificable.

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