Editorial

Francisco en Chile: restaurar la confianza perdida

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La bienvenida que algunos le tenían preparada a Francisco en Chile auguraba un periplo nada confortable. A las polémicas medidas legislativas de la presidenta saliente Bachelet y los anhelos del vecino Evo Morales sobre la salida al mar de Bolivia, se acumulaba el rechazo social por el goteo constante de escándalos de pederastia no siempre bien resueltos. Eso, sin olvidar protestas previas con quema de iglesias y el asalto a la Nunciatura incluidos.

Acogida de alto voltaje en un país que poco tiene que ver con el que visitó Juan Pablo II, ahora con una democracia asentada, pero en el que menos de la mitad de la población se confiesa católica, y con una distancia significativa entre la ciudadanía y la Iglesia. Este secularismo creciente se ha visibilizado en una afluencia en las calles y actos centrales menor que en otros destinos previos, como Colombia.

En este clima algo glacial aterrizó Francisco, al que le bastaron unas pocas horas para descongelar el ambiente, enfrentándose cara a cara a los principales lastres eclesiales y sociales, reconociéndolos como propios, mirando a los ojos a los chilenos y confrontando a la opinión pública para que despierte de la desigualdad que ha construido y de la vulneración de derechos a los más desprotegidos.



Una ardua labor de hilar fino sin dejarse embaucar ni entrar en batallas de cebos que alimentan la discordia. Como ejemplo, queda la respuesta impecable a los abusos sexuales, con dos firmes condenas y un encuentro privado con víctimas, donde no escatimó ni en escucha ni en lágrimas. Pero también su forma de defender la dignidad de los mapuches y de denunciar su estigmatización.

El Papa partió a Perú dejando lo que podría ser el germen de reconciliación entre la Iglesia y la sociedad chilena. Él ha hecho su parte. Ahora corresponde a los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos arrimar el hombro para desenredar esta madeja. Toca echar el resto para ser creíbles ante la opinión pública, pero, sobre todo, para ganarse de nuevo la confianza de los chilenos.

Para conectar no hay otra fórmula que abandonar toda autocomplacencia y ser uno en medio del pueblo, con un testimonio de vida lo suficientemente evangélico como para conmover el corazón del otro, a la manera de la capellana de la cárcel de San Joaquín. La sencilla autoridad de esta religiosa desde su entrega incondicional se traduce en una Iglesia que se desvive para servir, que se reconoce frágil en tanto que se embarra con y por los últimos, pero auténtica.

Es el legado que el Papa deja a los católicos chilenos: “Una Iglesia herida es capaz de entender las heridas del mundo de hoy y hacerlas suyas, sufrirlas, acompañarlas y sanarlas”. Solo falta aplicarlo para no verse atrapado en una edad de hielo eclesial.

A FONDO (solo suscriptores)

  • Reportaje: ‘Vitamina Francisco’ para la Iglesia chilena. Por Darío Menor, enviado especial a Santiago
  • Entrevista: Alejandro Goic, obispo de Rancagua y presidente del Consejo nacional de prevención de abusos: “En el encuentro con las víctimas de abusos lloraron todos”. Por Roberto Urbina (Santiago)
  • Reportaje: Artesanos de unidad en la Araucanía. Por R. Urbina
  • En primera persona: Cuando se encarcela la pobreza. Por Nelly León
  • Entrevista: Fernando Ramos, obispo auxiliar de Santiago y coordinador de la visita del Papa: “Chile ha vivido una secularización acelerada en los últimos 20 años”. Por D. Menor
  • Opinión: Cosiendo heridas. Por Antonio Pelayo
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