Editorial

El fracaso de una civilización

Compartir

La conmovedora celebración del Papa en la iglesia de los nuevos mártires de San Bartolomé, el pasado 22 de abril, deja en el aire la pregunta: ¿a qué hemos llegado en el mundo de hoy?

El hijo de un pastor, muerto en un campo de concentración nazi, al relatar el triste final de la vida de su padre, dejó planteado el tema que actualizó un hermano del padre Hamel, asesinado en Rouen por militantes de ISIS. Se escuchó después la voz de Francisco Hernández al recordar el asesinato en 2009 de un amigo suyo en El Salvador.

El Papa también compartió un recuerdo conmovedor que le había escuchado a un hombre musulmán en Lesbos: su esposa, cristiana, se había negado a obedecer la orden de un soldado que exigía que tirara al suelo el crucifijo que ella llevaba al cuello. Fue asesinada allí mismo, en presencia de su esposo.

Francisco presentó a esa mujer como un icono para los cristianos de hoy y lanzó esta escalofriante invocación: “A ti, Señor, la gloria, a nosotros la vergüenza”.

Son, en efecto, numerosos los motivos de vergüenza en el mundo de hoy.

Lo son los niños sirios, víctimas de los bombardeos con armas químicas; los miles de migrantes ahogados en el mar; los migrantes rechazados; los que agonizan en los campamentos de refugiados; los que aún en las grandes ciudades, Niza, París, Londres, se sienten indefensos frente a los terroristas. El de ellos es un terror que no conocieron los habitantes de las cavernas.

El repaso de los titulares diarios deja la sensación de que los nuestros son malos tiempos. La corrupción que marca con desconfianza las relaciones entre personas y entidades, las violaciones de niños y de mujeres indefensas, los asesinatos por cualquier motivo, el uso perverso de la tecnología, el odio como programa de políticos y de gobernantes, son hechos que dejan la idea de que la humanidad ha emprendido una carrera de regreso a sus peores tiempos.

Decía Francisco que la causa de estos hechos está en “el odio del Príncipe del mundo hacia los salvados”.

“Todavía no es tarde para construir  un futuro marcado por la vida nueva de la resurrección”

En un hipotético balance sobre los logros del mundo en que nos ha tocado vivir uno buscaría la columna del “Haber”. ¿Qué es lo positivo de la civilización de hoy? Un coro de voces se levantaría para señalar los avances de la tecnología digital, la conquista espacial, los trabajos de los científicos; pero recordando a Goethe habría que repreguntar por el patrón que permite comprobar si avanzamos o retrocedemos en la marcha desde la barbarie a la civilización. El gran escritor, citado por Tzvetan Todorov, afirma sin dudarlo: “el único patrón de progreso lo da la manera como percibimos y juzgamos a los demás”. Agregaba Goethe que “la futura época universal será la alianza de todos los grupos”.

El mapa de las guerras y conflictos que estallan en el mundo deja la certeza de que la civilización actual no garantiza ese futuro. Por el contrario, presidentes, candidatos a presidentes, grupos políticos parecen empeñados en fortalecer su grupo y en destruir a los contrarios así en la Casa Blanca como en el Kremlin o en Corea del Norte o en los cuarteles de Boko Haram; en Caracas o en Buenos Aires, en Filipinas, en Irán o en Sudán. El mundo está erizado de odios y de muerte y tendría derecho a preguntar: ¿qué pasó con los ideales de la revolución francesa de libertad, igualdad y fraternidad? ¿En qué quedó el gesto triunfalista con que en 1948 se promulgó en las Naciones Unidas la declaración de los derechos humanos? Fueron momentos lúcidos que debieron señalarle un rumbo a la humanidad, pero en estos días de retroceso y fracaso de la civilización, esos ideales son solo palabras.

Son reflexiones que culminan con la pregunta: y ante este fracaso, ¿qué?

Para el creyente, para todos los creyentes, esa pregunta propone un desafío que ya tuvo respuesta. El día de la Pascua fue forzoso entender que el Señor de la vida, capaz de transformar la muerte en vida, señala el futuro posible y que, a pesar de los apremios, aún es tiempo. Todavía no es tarde para construir un futuro marcado por la vida nueva de la resurrección.

Lea más: