Editorial

‘Laudato si”: el imperativo de custodiar el hogar de todos

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Laudato si’: la segunda encíclica del Pontificado de Francisco

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Bajo el nombre de Laudato sí’, Francisco firma la segunda encíclica de su Pontificado, centrada en la urgencia de responder con una “ecología integral” a los abusos que sufre el planeta. Aunque el propio Bergoglio desmenuza en la introducción de la carta el reciente magisterio papal al respecto y evoca la figura del santo de Asís, lo cierto es que es la primera vez que un sucesor de Pedro dedica el documento pontificio de mayor relevancia –después de las constituciones apostólicas– a la custodia de la creación. Solo de esta decisión se desprende una vez más la inquietud permanente del Papa por conectar con los problemas reales de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Si la exhortación Evangelli Gaudium se presentaba como el manual de abordo para poner en marcha una Iglesia en salida dirigida a todo el pueblo de Dios, la encíclica verde de Francisco viene a poner en práctica esa mirada cristiana que busca ofrecer un plan de Dios para todos los hombres dirigiéndose “a cada persona que habita este planeta”. Así se expresa en el tono y contenido del extenso documento, sobre todo en el análisis de la realidad que bien podría ser el documento base de partida para la Cumbre Mundial del Clima de París que se celebrará en diciembre.

Si Jorge Mario Bergoglio ha recuperado para el Papado el liderazgo mundial con su papel activo en conflictos como el palestino-israelí y el cubano-estadounidense o en dramas como el de la inmigración o la persecución de los cristianos, con esta encíclica refuerza su papel de la única autoridad global que denuncia los peligros y vela por el devenir de la humanidad con sensatez.

La profunda labor de documentación y consulta que respira el documento se traduce en un análisis exhaustivo de la realidad, parafraseando a Pablo de Tarso, en cómo “gime y sufre”. Francisco no se detiene –ni tendría sentido que lo hiciera– en polémicas sobre la incidencia concreta del cambio climático y su impacto un grado más o menos en las temperaturas.

Más allá de las causas naturales que puedan estar detrás, el Papa constata cómo la huella del hombre ha hecho que en muchos espacios deje de crecer la hierba. Como acostumbra Francisco en sus alocuciones, no hay un lenguaje complaciente a la hora de enumerar las amenazas y peligros. No duda en reiterar a lo largo del documento cómo una economía salvaje está marcando el devenir de los estados y los pueblos, con un poder que barre y minimiza a los agentes políticos. En este sentido, denuncia la hipocresía de quienes intentan maquillar los daños contra el medio ambiente, así como quienes buscan calmar conciencias con medidas anestésicas.

Para el Papa esta desidia financiera para con la naturaleza es una muestra más de la cultura del descarte y de cómo los más pobres se convierten también –en términos mediambientales– en los más castigados por un injusto reparto de la tierra, la falta de acceso al agua potable, las condiciones infrahumanas de calidad de vida en las megaurbes… Con estas bases, el Papa lanza una sugerente reflexión sobre las diferencias Norte-Sur.

Frente a la conocida deuda externa de los países pobres con respecto a los ricos, revela que son los países desarrollados quienes verdaderamente han contraído una incalculable “deuda ecológica” con los más desfavorecidos debido a la explotación desmedida de sus recursos, deforestando bosques, contaminado ríos y, en definitiva, borrando del mapa a comunidades enteras.

La pedagogía del Papa jesuita le lleva a ir más allá del reconocimiento del pecado para adentrarse en el propósito de enmienda. Es ahí donde, una vez más, al igual que con la reforma de la Curia o con la cruzada contra los abusos sexuales, establece un cupo de imperativos exigibles y respuestas urgentes. Todo, para redefinir el concepto de progreso frente a un sistema “insostenible”, profundizando en cómo el futuro de la tierra que compartimos está en manos de las decisiones y acciones que tomen las personas, los Gobiernos y la comunidad internacional para acelerar o frenar estos procesos destructivos.

Partiendo de una necesaria educación transversal para el medio ambiente, presente desde el aula hasta los medios de comunicación, al ciudadano de a pie le invita a cambiar consumismo por austeridad, a priorizar el uso del transporte público o a usar ropa de abrigo en casa antes que abusar de la calefacción.

A los Gobiernos les exige un crecimiento sostenible, pero sobre todo, políticas reales que vayan más allá de los caprichos de una legislatura, cumpliendo de una vez con los acuerdos internacionales. En esta hoja de ruta también tienen su cometido los cristianos, a quienes propone una “conversión ecológica” e invita a “vivir la vocación de protectores de la obra de Dios” recordando que no es “algo opcional ni un aspecto secundario”.

Aunque Francisco no se deja empapar de una visión apocalíptica en tanto que confía en la capacidad de cambio del hombre, advierte en todo momento de las graves consecuencias que conlleva no tomar estas medidas.

Y es que la encíclica “sobre el cuidado de la casa común”, como destaca en el título de la carta, no deja de ser una invitación para analizar cómo habitamos cada uno en esa casa: si los hombres, pueblos, empresarios y naciones siguen empeñados en vivir en ella como si se tratara de un piso compartido donde poco importa el espacio común y solo preocupa la habitación que cada uno ocupa, o si, por el contrario, cada uno tomará un papel verdaderamente activo en tanto que esa casa es un hogar para la gran familia de la humanidad en torno a un Padre creador.

Ahí se encuentra la visión más franciscana de un documento magistral, en todos sus sentidos.

En el nº 2.946 de Vida Nueva. Del 20 al 26 de junio de 2015

 

ESPECIAL ENCÍCLICA ‘LAUDATO SI”