Editorial

El error de judicializar el fin de la vida

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La Santa Sede hizo todo lo que estuvo en su mano para asumir el cuidado hasta el final del pequeño Alfie, el niño britático fallecido a los 23 meses de vida como consecuencia de una enfermedad neurológica degenerativa. El Papa imploró que se escuchara y respetara a los padres, a la vez que recordó que la vida del menor era digna. Lamentablemente, la más que cuestionable decisión del equipo médico y de los jueces británicos freno en seco esta pretensión.

La judicialización del caso y la inherente instrumentalización tanto por parte de quienes defienden la eutanasia infantil como quienes llevan a extremos sinsentido el derecho a la vida, han propiciado una vez más una gresca en caliente sin argumentos de peso y ajena a una reflexión prudente, que añaden presión, dolor e incertidumbre tanto para la familia como para los médicos.

De ahí la relevancia de órganos como el Comité de Ética Asistencial que, si bien no tiene varita mágica alguna para resolver de forma taxativa casos de frontera como este, sí al menos aborda todos los ángulos posibles para responder sin recurrir a un tribunal con la serenidad y madurez que requiere y que, una vez más, ha faltado.

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