Editorial

Cuaresma más solidaria y fraterna

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(Editorial Vida Nueva) La Cuaresma es tiempo de conversión, de perdón y purificación. De liberación de la culpa, esa que nos tiene atados. Tiempo para sumergirnos en lo más hondo de nosotros mismos, para renovarnos. También de solidaridad y esfuerzo, sacrificio y entrega. Es tiempo de esperanza. Solo así, estos cuarenta días tienen sentido. Y hay que proclamar esto bien alto en un momento en que la crisis económica golpea a pueblos enteros, haciendo olvidar a los países ricos que existen los pobres. Hay que luchar por cada vida humana, por su dignidad y derechos. Y eso solamente se puede hacer con un cambio de corazón, que deje las ambiciones y soberbias, la codicia y el egoísmo, el mal, en definitiva, en la papelera para siempre.

Hoy hay mucha gente que, por diversas razones, atraviesa un desierto donde no hay agua ni alimento, que vaga por la vida sin rumbo fijo, sin esperanza. Pero nosotros, que sabemos que sí la hay, ¿por qué no la habríamos de compartir? No hay que desaprovechar la oportunidad.

Por eso, la Iglesia invita en este tiempo a la oración, al ayuno y a la limosna, algo que hoy se ve como de otra época. Podría entenderse este pensamiento. Lo que sí se entiende bien es el sacrificio y la entrega, la solidaridad y el desprendimiento, y el diálogo esperanzado con Dios. ¿Quién no suscribe la oportunidad de sacrificarse por un hijo, la generosidad de alimentar al hambriento o la súplica en momentos difíciles?

Esa es la Cuaresma que tenemos que llevar marcada en nuestra vida y mostrársela a los alejados, cansados y agobiados. Una Cuaresma real y sentida, alejada de formalismos y etiquetas. Una Cuaresma que, realmente, nos transforme en personas con esperanza y alegría. Y es que a veces se nos olvida que tras el calvario llegó la Resurrección. La Pascua tiene la antesala de la Cuaresma. Simbólicamente tiene más días. La esperanza es eterna.

Publicado en el nº 2.743 de la revista Vida Nueva (26 de febrero-4 de marzo de 2011).

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