Editorial

Colgar los hábitos: un salto con o sin red

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Colgar los hábitos. Una determinación tan personal como la que llevó a quien la toma a consagrarse a Dios y a los hermanos por amor. Desenlace de un tiempo de conflicto interior y exterior que desemboca en un nuevo proyecto vital. Es cierto que en los últimos años, tanto desde la Santa Sede como desde las diócesis e institutos de vida consagrada, se ha allanado el camino para comprender la realidad de quienes dan este paso, si bien los trámites burocráticos siempre podrían perfeccionarse algo para humanizar aún más un proceso de por sí complejo.

De la misma manera, también se va desvaneciendo esa imagen de desertores que ha perseguido y condenado de forma implícita y explícita a aquellos que deciden “salirse”, calificando de forma gratuita como falta de fidelidad su decisión de dejar la consagración. Si bien esta estigmatización pública parece desvanecerse, todavía quedan ciertas inercias.

Así, si el acompañamiento se hace imprescindible en todo proceso de crecimiento y madurez, se ha de reforzar en esta etapa. No se puede permitir que salir del convento se convierta en un sinónimo de abandonar la Iglesia. Está claro que la persona que da este paso vive su propio duelo, un proceso no siempre fácil de asimilar para uno mismo y mucho menos para ser asesorado y tutelado.

Tampoco resulta sencillo de asumir para quienes han compartido con ellos el día a día ni para la institución que les ha respaldado, obligada a realizar una reflexión profunda alejada de un mero reparto de culpas para ahondar en cómo se ha llegado y analizar cómo el estilo de vida de la comunidad ha podido contribuir.

Con esta tesitura, la respuesta bajo ningún concepto puede ser dejarles a la intemperie. Ni afectiva ni espritualmente, pero tampoco en lo laboral o económico. Porque salir al mundo con nuevos ropajes supone aprender a vivir, a desenvolverse en circunstancias ajenas hasta ese momento, reubicarse con otras coordenadas tan cotidianas como enrevesadas.

El pasado no puede convertirse en una mochila pesada, sino en un equipaje que configura su esencia hoy. De hecho, la Iglesia se encuentra en un tiempo de redescubrimiento del impagable valor que atesoran estos hombres y mujeres de fe, que conocen la realidad eclesial desde dentro, que saben de sus fortalezas y debilidades, con formación y experiencia en los engranajes de una parroquia, un colegio o cualquier otra institución. Todos estos dones trabajados y potenciados durante años pueden y deben ponerse una vez más al servicio de la comunidad o el carisma con el que se identifican, desde la riqueza que están llamados a aportar en esta nueva etapa que han iniciado como laicos. Un salto con o sin red. Depende de todos.


A FONDO [SOLO SUSCRIPTORES]

  • Colgar los hábitos: la hora de salida. Por José Lorenzo [resumen]
  • Todos tenemos sitio en esta Iglesia. Herminio Otero, ex gerente global de Catequesis de PPC
  • Cuando un nuevo laico refuerza el carisma. Por José Lorenzo
  • El obispo y sus secularizados. Por Amadeo Rodríguez Magro, obispo de Jaén
  • El cálido abrazo de Francisco a los sacerdotes casados. Por Darío Menor (Roma)