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Discurso del papa Francisco en la Casa Hogar El Principito de Puerto Maldonado (19-01-2018)

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Queridos hermanos y hermanas,

queridos niños y niñas:

Muchas gracias por este bonito recibimiento y por las palabras de bienvenida. Verlos bailar me llena de alegría.

No podía marcharme de Puerto Maldonado sin venir a visitarlos. Han querido reunirse de diferentes albergues en este lindo Hogar El Principito. Gracias por los esfuerzos que han realizado para poder estar hoy aquí.



Acabamos de celebrar la Navidad. Se nos enterneció el corazón con la imagen del Niño Jesús. Él es nuestro tesoro, y ustedes niños son su reflejo, y también son nuestro tesoro, el de todos nosotros, el tesoro más preciado que tenemos que cuidar. Perdonen las veces que los mayores no lo hacemos o que no les damos la importancia que se merecen. Sus miradas, sus vidas siempre exigen un mayor compromiso y trabajo para no volvernos ciegos o indiferentes ante tantos otros niños que sufren y pasan necesidad. Ustedes, sin lugar a dudas, son el tesoro más preciado que debemos cuidar.

Queridos niños del Hogar El Principito y jóvenes de los otros hogares de acogida. Sé que algunos de ustedes a veces están tristes por la noche. Sé que echan de menos al papá o la mamá que no está, y sé también que hay heridas que duelen mucho. Dirsey, vos fuiste valiente y nos lo compartiste. Y me decías «que mi mensaje sea una luz de esperanza». Pero déjame decirte algo: tu vida, tus palabras y la de ustedes son una luz de esperanza. Quiero darles las gracias por su testimonio. Gracias por ser luz de esperanza para todos nosotros.

Me alegra ver que tienen un hogar donde son acogidos, donde con cariño y amistad los ayudan a descubrir que Dios les tiende las manos y les pone sueños en el corazón.

¡Qué testimonio tan bueno el de ustedes jóvenes que han transitado por este camino, que ayer se llenaron de amor en esta casa y hoy han podido formar su propio futuro! Ustedes son para todos nosotros la señal de las inmensas potencialidades que tiene cada persona. Para estos niños y niñas son el mejor ejemplo a seguir, la esperanza de que ellos también podrán. Todos necesitamos modelos a seguir; los niños necesitan mirar para adelante y encontrar modelos positivos: «Quiero ser como él o como ella», sienten y dicen. Todo lo que ustedes jóvenes puedan hacer, como venir a estar con ellos, a jugar, a pasar el tiempo es importante. Sean para ellos, como decía el Principito, las estrellitas que iluminan en la noche[1]

Algunos de ustedes, jóvenes que nos acompañan, proceden de las comunidades nativas. Con tristeza ven la destrucción de los bosques. Sus abuelos les enseñaron a descubrirlos, en ellos encontraban sus alimentos y la medicina que los sanaba. Hoy son devastados por el vértigo de un progreso mal entendido. Los ríos que acogieron sus juegos y les regalaron comida hoy están enlodados, contaminados, muertos. Jóvenes, no se conformen con lo que está pasando. No renuncien al legado de sus abuelos, no renuncien a su vida ni a sus sueños. Me gustaría estimularlos a que estudien; prepárense, aprovechen la oportunidad que tienen para formarse. El mundo los necesita a ustedes, jóvenes de los pueblos originarios, y los necesita tal y como son. ¡No se conformen con ser el vagón de cola de la sociedad, enganchados y dejándose llevar! Los necesitamos como motor, empujando. Escuchen a sus abuelos, valoren sus tradiciones, no frenen su curiosidad. Busquen sus raíces y, a la vez, abran los ojos a lo novedoso, sí… y hagan su propia síntesis. Devuélvannos al mundo lo que aprenden porque el mundo los necesita originales, como realmente son, no como imitaciones. Los necesitamos auténticos, jóvenes orgullosos de pertenecer a los pueblos amazónicos y que aportan a la humanidad una alternativa de vida verdadera. Amigos, nuestras sociedades tantas veces, necesitan corregir el rumbo y ustedes, los jóvenes de los pueblos originarios —estoy seguro—, pueden ayudar muchísimo con este reto, sobre todo enseñándonos un estilo de vida que se base en el cuidado y no en la destrucción de todo aquello que se oponga a nuestra avaricia.

Quiero agradecer al padre Xavier, a los religiosos y religiosas, misioneras laicas que hacen una labor fabulosa y a todos los benefactores que conforman esta familia. A los voluntarios que regalan su tiempo gratuito que es como bálsamo refrescante en las heridas. También agradecer a quienes fortalecen a estos jóvenes en sus identidades amazónicas y los ayudan a forjar un futuro mejor para sus comunidades y para todo el planeta.

Niños, pidamos a Dios que nos dé la bendición.

Que el Señor tenga piedad y los bendiga, ilumine su rostro sobre ustedes, que el Señor tenga piedad y misericordia y los colme con toda clase de favores, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén (cf. Nm 6,24-26; Sal 66; Bendición del Tiempo Ordinario).

Les pido dos favores, que recen por mí y que son se olviden de que son las estrellitas que iluminan en la noche.

[1] Cf. Antoine de Saint-Exupéry, XXIV; XXVI.