DCM
portada Donne Chiesa Mondo n 26 3042 junio 2017

Las mujeres y la oración

La oración es parte de la vida cristiana, de cada bautizado y bautizada, según la invitación misma de Jesús que nos pide una oración incesante: “Estad en vela, pues, orando en todo tiempo” (Lucas 21, 34-36). La oración es el camino, para todo discípulo y discípula de Jesús, para encontrar el principio de unificación de la propia vida. En la oración, cada uno de nosotros puede aprender a sentirse siempre en comunión con Dios, a percibirse como morada del Señor. Comprendemos por tanto que la oración es relación, vive y se aumenta en el espacio de un cara a cara, de un conocimiento.

Desde el inicio de la historia de Israel como pueblo de alianza, se narra a una oración hecha de forma particular por mujeres: oración de alabanza, de súplica, de voto. Mujeres de oración fueron Miriam (cfr. Éxodo 15, 20-21); Débora (cfr. Jueces 5); Ana (cfr. 1 Samuel 1, 1-27; 2, 1-10); Judit (Judit 9).

¿Existe también una especificidad femenina de la oración? Es innegable y evidente que en el cristianismo las mujeres han tenido siempre un rol central en la oración, han enseñado a rezar, han cuidado de la oración, de la transmisión de una práctica de oración, pero sobre todo han transmitido una confianza firme en la fuerza de la oración.

Oración como relación es la que viven las mujeres que encuentran a Jesús en los pasajes evangélicos. Mujeres valientes, insistentes, que no se rinden, piden, suplican, pero también escuchan, interrogan, mujeres que buscan la relación y quieren conocer a Jesús. Mujeres que después de este encuentro, este conocimiento, hacen de la relación, a través de la oración a Dios, al Espíritu, el terreno sólido sobre el cual erradicar sus vidas de discípulas.

Este cuidado, esta atención es particular en las mujeres que, en la oración, saben orientar su deseo hacia Dios y así, saliendo de sí mismas, consiguen dirigir la mirada, corazón, mente al otro y hacer espacio al encuentro continuo con la alteridad. Podremos decir que para la mujer, generadora de vida, la oración, como atención constante a la presencia de Otro, se convierte en vida misma. Así es testimoniado por Macrina, madre del desierto del siglo IV, en su Vida (25, 5): “Ella dejó escapar una respiración fuerte y profunda y puso fin a la oración y la vida”.

Descargar suplemento en PDF