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Hermanas de María Reparadora: 200 años de la beata Emilia d’Oultremont

Si intentásemos adentrarnos en el corazón de Emilia y respirar a su mismo ritmo, nos encontraríamos con esta experiencia vital de totalidad de Dios. Dios es su Absoluto, la raíz de su ser, el sentido de su existir. “Nada fuera de Él… nada que no sea Él…” (S.C. 63). Esta es Emilia d’Oultremont, María de Jesús, una mujer enamorada de Dios. Audaz, decidida, una mujer de ayer para hoy.

Emilia, fundadora de las Hermanas de María Reparadora, viene al mundo en octubre de 1818, cerca de Lieja, en el seno de una familia de la nobleza belga. Europa se encuentra en esos momentos convulsionada por la ebullición de los nacionalismos. En efecto, una de las fuerzas históricas más poderosas del siglo XXI nace del plan de construir el estado-nación moderno. Este deseo agita ya toda Bélgica –patria naciente de Emilia–. Aquí el movimiento nacionalista se identifica con la oposición a la Holanda dominadora. La independencia de Bélgica será ya una realidad cuando Emilia cuente unos 12 años. Precisamente su padre, el conde d’Oultremont, tiene un protagonismo decisivo en la consecución de esta independencia.

Las agitaciones sociales y los movimientos políticos contribuirán mucho al enriquecimiento del temperamento de Emilia: resuelto, enérgico, sereno ante las dificultades. En adelante, cuando se fije una meta, no se permitirá a sí misma la indecisión o la duda. Emilia crece en medio de una familia unida y acomodada. Tiene dos hermanos varones mayores que ella. Su carácter inquieto le lleva desde niña a una experiencia espiritual que será clave en su vida y en la de la Congregación. Podemos acercarnos a este momento narrado por ella misma: “Un domingo, como de costumbre, fui a oír la explicación del Evangelio. Era el de la Magdalena y cuando llegó a estas palabras: ‘María ha escogido la mejor parte que no le será quitada’, oí en mi interior esta palabra: ‘Esta parte es la tuya y el mundo no te la quitará’. Quedé sorprendida y feliz. Algo desconocido corría por mi alma. Nunca he olvidado estas palabras. Tenía entonces siete años” (PH, 20).

Su proceso espiritual le llevo a integrar esta experiencia de una manera muy profunda, dando al carisma esta doble dimensión, la contemplación en una vida comprometida con el mundo desde la mirada de Dios. “Nuestro Señor quiere que yo sea para Él, Marta y María, las que me ha mostrado unidas en María, su Madre. Yo debo ser para Él su Madre quien al ocuparse de Él y de su gloria exteriormente como Marta siempre se ocupó al mismo tiempo de Él en el amor y la contemplación. La vida y los condicionamientos de la mujer en el S. XIX le llevaron por caminos que en un principio no deseaba. Sobre todo, porque ya había sentido una atracción fuerte a entregarse a Dios y un gusto por la vida espiritual. No comprendía cómo esto podría encajarlo al mismo tiempo con lo que su situación social le requería: la vida matrimonial.

Recibe en este tiempo Gracias espirituales y deja que el Señor haga en ella, sin comprender a veces como Él le va a ir conduciendo hacia un amor exclusivo a Él. Se casó y tuvo cuatro hijos y podemos decir que su vida matrimonial y familiar fue plena. Víctor, su marido, llegó a ser para ella un ser del que estaba profundamente enamorada. Durante ese tiempo, experimentó el ser esposa y madre como el proyecto de Dios para ella. Para Emilia el fundamento es Dios y hay en ella una acogida amorosa a lo que intuye como su voluntad. Mujer de discernimiento y búsqueda incansable de Dios. Este va a ser el norte de su vida, desde el estado en el que se encuentre.

Al quedar viuda, después de 10 años de matrimonio, el camino que vislumbra es dedicarse a sus cuatro hijos, a una vida de piedad y de entrega a los pobres. Son los primeros brotes del carisma de reparación: Eucaristía, diálogo, escucha, compartición del pan que la conducía a la compasión con los pobres y descubrir a Jesús presente en los que sufren. Todo es su vida tiene un hilo conductor y desde la experiencia de la maternidad, tan vital para ella, desde la sensibilidad de una madre que sabe percibir los sufrimientos, anhelos y esperanzas de un hijo, el Señor le regalará su experiencia vocacional fundante en la capilla del castillo de Bauffe –lugar situado en la comunidad belga de Lens, donde la tía de Emilia le invito a pasar unos días en el castillo. En la tribuna de la capilla Emilia tuvo la fuerte experiencia de Dios–, “ser María para Jesús”. Ser en el mundo otra María para los Cristos de hoy, ser otra María para los Jesús ultrajados.

Emilia se sintió estrechamente unida a María en su virginidad–autonomía y libertad, que encauza su maternidad como compasión, ternura y amor por el mundo roto y sufriente. Donde el Hijo está vivo y presente ella comenzará a ser el amor que se centra en el hijo desconocido, y despreciado… La experiencia de Bauffe integró toda la búsqueda que Emilia experimentó, fue el esperado encuentro de Emilia con Dios, la revelación de su voluntad a través de María. Bauffe comprometió toda su vida, su historia, su mundo…

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