Una lectura demasiado actual del Santo Oficio


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Una búsqueda en los documentos del Santo Oficio en los primeros decenios del siglo XX ha originado el libro de Benedetto Fassanelli ‘Il corpo nemico. Organizzazione, prassi, potere del Sant’Ufficio nel primo Novecento’ (Roma, Edizioni di Storia e letteratura, 2017) (El cuerpo enemigo. Organización, praxis y poder del Santo Oficio a principios del siglo XX). Ya el título revela que de la masa de documentos han sido seleccionados los más delicados, más cercanos a los temas que hoy se discuten.

Los dos primeros temas, la educación sexual y el crimen de ‘sollicitatio ad turpia’ por parte de los confesores, están relacionados entre sí por un único hilo rojo, el del silencio impuesto sobre las cuestiones de tipo sexual, porque se pensaba que la sola mención de estas palabras tenía el poder de inducir al pecado. El modelo educativo de referencia era el fundado sobre la inocencia del muchacho, incluso si en esos años se ponía en duda por una parte por los científicos lombrosianos y por otra por los psicoanalistas.

“Prevenir el vicio con el silencio”

Precisamente por esto el Santo Oficio condena las tentativas –avanzadas por médicos católicos como el vicenciano Scremin, denunciado por el obispo Dalla Costa– de escribir manuales destinados a la educación en la castidad que se sustentasen, al menos en parte, en información científica seria sobre el problema. Estos manuales nacían para hacer la competencia a las obras de aguerridos “eugenistas” que, bajo la forma de educación para la higiene, comenzaban a difundir no solo claras descripciones científicas de los órganos sexuales y de su funcionamiento, sino también consejos de control de la natalidad con fines eugenéticos. Se trataba de un filón pedagógico que el reino laico de Italia quería introducir en las escuelas, a beneficio naturalmente solo de los jóvenes de sexo masculino.

¿Cómo contrastarlos? ¿Cómo impedir que en los programas escolares fueran citados autores como D’Annunzio, cuyas obras habían sido incluidas en el índice? ¿Cómo debía comportarse un párroco invitado a bendecir un monumento en recuerdo a los caídos en la guerra –cosa en sí buena– en el que se representaba una mujer desnuda? Todavía demasiadas palabras, imágenes, novelas, podían socavar un sistema educativo como el católico tradicional, que trataba de prevenir el vicio con el silencio y la eliminación del problema. Un sistema que iba a ser arrollado por la modernidad.

Distinto y más difícil de afrontar es el tema de los curas solicitantes ‘ad turpia’ en los encuentros con mujeres penitentes, sobre los que llovían denuncias de todas partes, pero que debían ser castigados con severidad –por desgracia la misma severidad adoptada con las mujeres que denunciaban, siempre sospechosas de ser ellas el origen de la tentación– y en silencio. La idea difundida entre los investigadores era que la publicidad en estos casos habría multiplicado los casos de solicitación, por lo que los culpables eran trasladados en silencio, y no siempre se les impedía el ejercicio de la confesión.

¿Persecución por misoginia?

Menos claro es el nexo entre estas dos primeras partes y la tercera, dedicada a las mujeres consideradas rebeldes por haber publicado escritos “feministas”. El título de esta parte, ‘Il corpo altro’ (El otro cuerpo) quería significar que la persecución de las escritoras católicas con simpatías feministas estaba radicada en la desconfianza hacia el cuerpo femenino, que estaría considerado impuro por la tradición católica, pero en realidad en el caso de los escritos feministas se trata de problemas muy diversos, que tienen que ver con la ideología y la concepción del rol femenino, menospreciadas por algunos intelectuales. El único enlace verdadero entre las tres partes es el interés actual por estos problemas, pero esto no justifica la estructura del libro, como revela de hecho la pobreza bibliográfica de la tercera parte, que evidentemente interesaba menos al autor, ya que ignora un área consistente de investigación histórica existente sobre el feminismo católico.

Pero la verdadera debilidad del libro está en el comentario sobre las fuentes, interesante de por sí. Como por desgracia sucede en la mayor parte de análisis históricos, el autor juzga la cultura del tiempo en base a criterios de hoy, y parece ignorar que mucha de la “pruderie” mostrada por los investigadores del Santo Oficio era ampliamente compartida por la burguesía de su tiempo. Como también la odiosa tendencia a considerar a las mujeres cómplices del mal que sufrían, tendencia cancelada por las leyes italianas, como es sabido, solo a partir de los años 70.

Sobre todo, el autor está convencido de conocer con certeza las causas de las transgresiones del clero, de las tentaciones en los confesionarios: según Fassanelli, de hecho, todo se explicaría por el celibato eclesiástico. Y por tanto todo se resolvería levantando la prohibición de casarse a los sacerdotes. Solución muy simplista, que parece ignorar como casos frecuentes de molestias o incluso abusos son perpetrados por hombres casados regularmente, y también dentro de las familias. La documentación adoptada en la investigación proporciona de todos modos muchos elementos interesantes para reconstruir la cultura de una época, y de una mentalidad no desaparecida del todo.