Una encíclica escrita con gestos


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Hace cinco años escribí para Vida Nueva Colombia un comentario sobre la sorpresa que había generado la elección del papa Francisco. Escribí entusiasmada, al mismo tiempo, que emocionada y conmovida. También esperanzada en que el nuevo Papa nos iba a mostrar un rostro de la Iglesia que verdaderamente respondiera al proyecto de Jesús.

Me referí, entonces, a la sorpresa que se debieron llevar quienes hacían cábalas cuando se anunció la elección de un Papa que por primera vez no era europeo, no pertenecía al “tejemaneje” vaticano y, encima de todo, era jesuita: “un Papa venido del fin del mundo”, como él mismo se definió. Me referí a la sorpresa que nos llevamos no solo los católicos cuando al balcón de San Pedro asomó un Papa sin arreos pontificales que se identificó como el obispo de Roma y escogió llamarse Francisco para asumir, como el santo de Asís, la tarea de reconstruir la Iglesia. Y con este primer gesto sorprendente trazó la portada de su encíclica eclesiológica que no sería de eclesiología tradicional.

También me referí entonces a la emoción que había sentido cuando desde al balcón de San Pedro, en gesto profético y conmovedor, el nuevo Papa mostró un cambio de 180 grados en la comprensión de las mediaciones religiosas: agachó la cabeza y pidió a la multitud que orara por él y lo bendijera. No se mostró como puente –el Sumo Pontífice– entre Dios y la humanidad porque en sana teología expresada en este gesto, la función mediadora es la que cumple Cristo, sacramento del encuentro con Dios.

Eclesiología a la luz del Concilio

Ni se mostró como representante de Cristo o su intermediario –el Vicario– porque se apropió de las líneas eclesiológicas posconciliares que proponen la sacramentalidad de la Iglesia, en cuanto la comunidad de bautizados y bautizadas –no solamente la jerarquía y menos aún la persona del Papa– es la que hace presente en la historia el amor y la salvación de Dios que Cristo trae al mundo. Y desde el balcón de San Pedro, con este gesto emocionante y conmovedor Francisco estaba escribiendo las primeras páginas de su eclesiología a la luz de Vaticano II: eclesiología del pueblo fiel de Dios en la versión argentina de la teología conciliar y eclesiología de comunión, que le ha servido de marco referencial para su propósito de reformar la organización eclesiástica fortaleciendo la sinodalidad.

También me referí entonces, esperanzada, al nuevo rostro que podría mostrar la Iglesia cuando el obispo de Roma saliera al encuentro de su Iglesia como lo hacía el arzobispo de Buenos Aires, porque era de esperar que el papa Bergoglio fuera un Papa callejero y no encerrado en sacristías y palacios. Y las nuevas páginas de eclesiología escritas con gestos esperanzadores nos seguirían sorprendiendo y emocionando y conmoviendo, entre otras, su decisión de alojarse como cualquier obispo que visita Roma para no estar solo y “hablar con la gente”, como él mismo lo explicó, o la de recorrer las calles de Roma y de las ciudades que ha visitado en un automóvil “modesto”, así lo calificó, para poder “bajar el vidrio” y comunicarse con la gente, escribiendo así, con sus gestos, su opción por la “projimidad” y cuestionando una Iglesia de los poderosos y de ambiciones de poder en el estamento jerárquico; eclesiología que en su exhortación apostólica Evangelii gaudium completó al referirse a una Iglesia servidora, “en salida”, “comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan” (EG 24), una “Iglesia pobre para los pobres” (EG 197).

Apuesta por la mujer

Y me referí entonces a las expectativas de reformas fundamentales que no podrían darse de un momento a otro. O que no estaban en la agenda de Bergoglio. Particularmente la ordenación de mujeres, acerca de la cual fue enfático: “La Iglesia ha hablado y dice no. Esa puerta está cerrada”, mostrándose un tanto desinformado con su propuesta de “hacer una profunda teología de la mujer”, pero también abierto a prestar oídos a las voces de las mujeres: por eso comenzó a escribir un capítulo de su encíclica eclesiológica acerca del lugar de las mujeres en la Iglesia cuando convocó el comité que actualmente estudia la ordenación de mujeres diáconos, lo que representa un primer paso en el camino hacia la ordenación de mujeres, también para el presbiterado, y se vislumbran nuevos caminos para la participación activa de las mujeres en la vida y misión de la Iglesia.

Obviamente, hace cinco años no podía referirme a las nuevas sorpresas que Francisco nos iba a dar ni podía vislumbrar los derroteros de su magisterio, al poner sobre el tapete del hacer teológico y pastoral de la Iglesia temas como la ecología en su encíclica Laudato si; como la lógica de la misericordia pastoral con las “familias heridas” (AL 79; 305) y las “familias, que están lejos de considerarse perfectas” (AL 57) en su exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia; sobre todo –al decir del cardenal Kasper– haciendo “de la misericordia el tema central de su pontificado”, cuyo clímax fue el “Año de la Misericordia” y la bula Misericordiae vultus, en la que invita a acercarnos, como el samaritano de la parábola, a quienes están al borde del camino y a reconocer en ellos y ellas la presencia sacramental de Cristo porque “en cada uno de estos ‘más pequeños’ está presente Cristo mismo” (MV 15).

Cultura del encuentro

Hay más páginas en su encíclica. Las del diálogo interreligioso enmarcadas en la “cultura del encuentro” y que ha escrito en diversos encuentros con líderes de diferentes iglesias y confesiones religiosas subrayando estos gestos al decir que “es necesario adaptarse a las nuevas circunstancias”: las de un mundo en cambio, las del pluralismo religioso.

Otras páginas de su encíclica están encaminadas a renovar el rostro de la Iglesia, como son las que está escribiendo al poner orden en la casa y abordar escándalos financieros y demás delitos cometidos por miembros de la jerarquía. Y seguiremos leyendo nuevas páginas de esta encíclica eclesiológica escrita con gestos y actitudes para hacer de la Iglesia el proyecto de Jesús: Iglesia en la que actúa el Espíritu, Iglesia pueblo fiel de Dios, Iglesia de comunión, Iglesia de los pobres y excluidos, Iglesia servidora, “casa de misericordia y hospital de campaña”.