Tienen ojos y no ven


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El salmo 115, en su versículo 5, se refiere a los ídolos con la expresión “tienen ojos, y no ven; tienen orejas, y no oyen”. Poco después agrega: “no tiene voz su garganta”. El salmista se refería a esas imágenes que se fabricaban los paganos y a las cuales veneraban y de las que esperaban mágicas respuestas.

En nuestro tiempo, por el contrario, los ídolos que fabricamos, además de tener ojos y orejas, parecen escuchar y ver. Muchas veces hablan demasiado. Los ídolos ya no son imágenes de piedra o barro, sino personajes a los que elevamos a ese extraño altar posmoderno en el que conviven estrellas de la música, el deporte, en ocasiones de la ciencia y, pocas veces, fugaces estrellas de la política.

Muchos de esos ídolos utilizan su voz para vendernos productos de todo tipo. Lo hacen por un tiempo, porque la sociedad que consume los productos que ellos venden también consume ídolos y un día aquellos personajes desaparecen de las pantallas para ser reemplazados por otros, habitualmente más jóvenes y al gusto de las nuevas tendencias.

Los ídolos nacidos de la ciencia, especialmente de la tecnología, hablan incesantemente del futuro. No son profetas, pero nos están alertando sobre una tragedia: todo los que ya compramos muy pronto será descartado, y será mejor empezar a ahorrar para no quedar afuera de ese universo deslumbrante que nos anuncian inminente.

Finalmente, las estrellas fugaces de la política intentan vendernos ideas, que ellos mismos encarnan; o sea que son ellos los que están en venta. Básicamente, utilizan un par de estrategias que pueden combinarse de diferentes maneras: algunos se presentan como salvadores de los incontables males que nos aquejan, por culpa de otros que no supieron hacer las cosas bien. Otros, más sutiles, apelan a sentimientos más profundos: la frustración, el fastidio, el odio y varios otros “malos espíritus” que suelen ambular por los corazones. Se presentan a sí mismos como los que canalizarán toda esa inmensa angustia, y para hacerlo no dudarán en poner sal en las heridas y desconsuelo en el dolor.

Son ídolos

Urge recordar que son solamente ídolos. “Tienen ojos y no ven; tienen orejas y no escuchan”, muy lejos de sus discursos y sus gestos está la realidad que nos invitan a evadir, a no mirar ni escuchar. Son ídolos que nos enceguecen y nos impiden escuchar; nos invitan a mimetizarnos con ellos y hasta pretenden quitarnos la voz.

En medio de todos esos espejismos, el papa Francisco intenta volvernos a la realidad, nos invita a tocar las llagas de Cristo en las heridas de nuestros hermanos; nos invita a abrir los ojos y los oídos, pero no a la televisión ni a los medios, sino al prójimo, a esa persona que está cerca y que me compromete, que me obliga a preguntas inquietantes que se refieren a mi propia responsabilidad. El Santo Padre nos invita a ir a las periferias, al encuentro comunitario, a caminar juntos, de esa manera se evita que los ídolos confundan.

No es suficiente la valiente voz del pastor; la Iglesia entera tiene que recuperar su propia voz y convertirse en profecía. Para lograr hacerlo, no deberían los cristianos esperar que ese pastor hable y actúe como los ídolos y nos ofrezca respuestas mágicas. Menos aún esperar que se presente como otro personaje que nos quiere vender algo, por ejemplo, una seguridad, un rumbo claro, una moral incuestionable.

Francisco no es un ídolo, invita a ponerse de pie, a ver, escuchar, tocar. Esos era los signos que acompañaban al carpintero de Galilea: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los sordos oyen y la Buena Noticia se anuncia a los pobres (cfr. Lc 7,22).