Terrorismo para pensar


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Europa está viviendo una etapa marcada por atentados terroristas de una enorme crueldad, que tienen como víctimas habituales a pacíficos ciudadanos. Cada uno de esos hechos merece las más duras condenas y, también, una rigurosa reflexión. La condena, si no es acompañada de una reflexión seria y profunda, solo aporta palabras vacías y frases hechas.

Después de los últimos atentados ocurridos en Londres, los británicos, con sensatez, decidieron responder a la agresión con la decisión de no alterar el ritmo de sus vidas. Más allá de algunas precauciones elementales, la sociedad en su conjunto no está dispuesta a modificar su manera de vivir por esas embestidas inhumanas. Se trata de una respuesta razonable, aunque con una condición: seguir la vida como si no hubiera pasado nada no puede dispensar de un debate y una reflexión lúcidos y valientes sobre las raíces de lo que está ocurriendo.

L violencia como parte de la vida cotidiana

A los latinoamericanos nos resulta difícil comprender el fenómeno del terrorismo tal como lo están viviendo los países más desarrollados. Las causas de esa dificultad habría que buscarlas en varias cuestiones que se entrelazan conformando un complejo fenómeno, pero vamos a detenernos solamente en dos.

En primer lugar, es necesario comprender que en esta región del mundo la violencia forma parte de la vida cotidiana de los ciudadanos desde hace varias generaciones. Aunque cada atentado que destruye vidas humanas merece la misma condena, es inevitable que idéntica información provoque reacciones diferentes entre quienes ya han experimentado esas tragedias muchas veces y quienes se ven sorprendidos por un hecho completamente inusual. Nadie se acostumbra a la violencia asesina, pero con la repetición de la tragedia se aprende a mirar la realidad de otra manera.

En segundo lugar, la violencia en nuestros países ha estado siempre vinculada a situaciones de graves injusticias sociales y las manipulaciones políticas de esa violencia han sido muy evidentes. En cambio, en Europa, el terrorismo se enmascara detrás de una supuesta “guerra de religión” que hace incomprensible el fenómeno para quienes vivimos en esta parte del mundo, que es ajena a ese tipo de situaciones.

Falta una reflexión sobre el fenómeno religioso

Aunque los principales referentes de todas las grandes religiones se niegan a calificar el actual conflicto como una cuestión religiosa y abundan las afirmaciones que distinguen las tradiciones religiosas de los fanatismos fundamentalistas, la cuestión no logra aclararse precisamente por la ausencia de una reflexión rigurosa sobre el fenómeno religioso en cuanto tal.

En general, en los países más desarrollados, se ha abandonado hace tiempo la reflexión sobre el lugar que ocupa la religión en la vida de una sociedad. Es más, una de las características propias de las sociedades “democráticas”, “progresistas”, “modernas”, es que son sociedades en las que “lo religioso” se considera como algo “superado” como fenómeno social y que solamente sobrevive en algunos sectores minoritarios, o ha sido relegado a cuestiones personales sin incidencia alguna en la marcha de las sociedades.

Nos encontramos así ante algunas cuestiones paradójicas: por una parte, países que tiene arsenales de armas capaces de destruir varias veces el planeta se encuentran desarmados ante personas a las que no les importa que las maten; y por otra, sociedades que necesitan entender el “hecho religioso” como fenómeno humano y han borrado desde hace muchos años esa cuestión central de todos sus debates culturales. Los terroristas se mueven entre jóvenes a los que en la escuela jamás se les planteó la cuestión religiosa y por lo tanto no tienen elementos para analizarla. No es difícil entonces para un fanático fundamentalista avanzar sobre mentes y corazones a los que nunca nadie antes les ha hablado de religión.

La larga, dolorosa y trágica convivencia de los pueblos latinoamericanos con la violencia social ha tenido al menos un elemento positivo: hace ya mucho tiempo que —en medio de nuestra pobreza y precariedad— hemos ido aprendiendo a ir al fondo de las cuestiones y, en esa profundidad, la pregunta religiosa siempre está presente.