Yo tampoco creo en esa imagen de Dios


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¿Cuál es la imagen de Dios cuya existencia niega el ateísmo? Es la pregunta que me ronda a propósito del debate ‘¿Es Dios una ilusión?’ que sostuvieron hace unos días en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá Richard Dawkins, biólogo y etólogo británico, y el doctor en Filosofía y teólogo colombiano, Gerardo Remolina, S.J.

Dawkins, autor entre otros libros de The God delusion (2006), traducido al español como El espejismo de Dios, representa la posición atea, comoquiera que para él religión y ciencia son incompatibles: solo la razón es fuente de conocimiento. Remolina, quien no solo es creyente, sino cura y jesuita, es también autor de muchos libros, el último de los cuales se titula Los fundamentos de una “ilusión”. ¿Dios y la religión, ilusión o realidad? (2016). Y los dos son reconocidos científicos, porque un teólogo serio es un científico –no solo son científicos los que usan bata blanca– y Remolina es un teólogo muy serio, “un teólogo sofisticado”, como lo reconoció Dawkins.

Frente a frente, ante 1.600 asistentes personificaron el eterno debate entre fe y razón en la visión del teólogo creyente y del biólogo ateo. O entre la religión y la ciencia. Que, por experiencia, suele resultar en diálogo de sordos al abordar temas que solo tienen sentido desde la fe pero que desde la razón resultan inaceptables, particularmente cuando la existencia de Dios se relaciona con el origen del mundo y de la vida.

Y es en este orden de ideas que aceptar la evolución implica para Dawkins asumir una posición atea, mientras para un teólogo creyente y profesor de Filosofía de la religión, como es el padre Remolina, religión y ciencia no se contradicen porque una y otra tiene su propio método, su propio estatuto de verdad.

Pero como suele suceder en discusiones de esta índole, tengo la impresión de que no lograron sintonizar. Porque no es el mismo el Dios en quien cree el padre Remolina y el dios en quien Dawkins no cree.

Los argumentos del ateo se refieren a una imagen de dios que llena los vacíos del conocimiento sobre el origen del mundo y de la vida, el “dios tapa-agujeros” cuya función era explicar lo que la ciencia no podía explicar, el dios cuya muerte proclamó Nietzsche. Por eso, como dijera el patriarca Máximo IV, “yo tampoco creo en el dios en el que los ateos no creen”.

Pero volviendo al debate entre el biólogo ateo y el filósofo y teólogo creyente… Cuando Dawkins reconoció que el padre Remolina “es un teólogo sofisticado” reclamó porque “la misma información no ha sido llevada hacia toda la gente religiosa”. Es cierto. Tampoco a gente no religiosa, como él, y por eso lo que niegan es la existencia de una falsa imagen de Dios. Sencillamente por ignorancia religiosa.

Por eso comparto el reclamo de Dawkins al decir que “es labor de los teólogos sofisticados, como el padre Remolina, desilusionar a estas personas diciendo la verdad”.

Tiene razón. En la tradición cristiana, a la que tanto Dawkins como Remolina pertenecen, es responsabilidad de los teólogos y obviamente de las teólogas mostrar el rostro de Dios que se revela en Jesús de Nazaret como Dios de amor y de misericordia, pero que en el transcurso del tiempo y por diversas circunstancias de carácter piadoso, doctrinal e, incluso, político se ha desdibujado en falsas imágenes que son las que niega el ateísmo.

Y hace falta ilustrar la fe para superar dichas falsas imágenes que, como lo decía el Concilio Vaticano II, son causa de increencia: “En la génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”.