Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Por qué siguen creciendo los suicidios entre los adolescentes?


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Una serie

Cuando parecía que la piratería acabaría con la creatividad de los cineastas, la llegada de nuevas plataformas de televisión a la carta ha propiciado el comienzo de una gran era dorada de las series, miniseries y documentales. Una de esas series puede ser ‘Thirteen reasons why’, que para público español se ha traducido como ‘Por trece razones’. Es la adaptación de un libro de 2007 del escritor estadounidense Jay Asher, un autor especializado en obras para adolescentes y jóvenes.

Ahora, la serie de 13 capítulos producida por Netflix –con la implicación de la cantante Selena Gomez– le ha dado una segunda vida a la obra literaria. Sin ánimo de hacer mucho spoiler, la serie se organiza en torno a siete cintas de casete que deja grabadas una estudiante de la ESO, Hannah Baker, a su compañera de clase Clay Jensen tras suicidarse. En esas grabaciones, Hannah cuenta cómo trece personas concretas contribuyeron a ser las trece razones por la que se ha quitado la vida. Dolor, sufrimiento, adiciones, celos, violencia y abusos… se suceden.

Para unos, un gran medio de difusión ha visibilizado de forma magistral la problemática que genera el acoso escolar o la violencia sexual. Para otros, deja al margen el acompañamiento pedagógico y no aporta herramientas para que quien es víctima de situaciones así pueda gestionar lo que siente y lo que vive con una cierta madurez.

Y es que no basta clasificar la serie como para mayores de 16 años. Incluso, puede parecer que el suicido solo sea solo un elemento literario más de la ficción para tratar otras problemáticas de los estudiantes.

Un juego

En otra de las pestañas de las pantallas entre las que se mueven las vidas de los adolescentes, están las redes sociales. Es aquí donde se ha fraguado un macabro juego cuyo dramático final no es otro que el suicidio, actualizando la sugestión que pocas décadas atrás suscitaban los juegos de rol más posesivos. Eso es la “Ballena Azul”.

Originario de Rusia donde ha incitado decenas de suicidios documentados en estos meses, ya está muy presente en casi un centenar de países del mundo. Incluso el creador del juego, un joven ruso de 21 años, se ha suicidado por sobredosis en una celda en una cárcel de San Petersburgo hace unos días.

Las normas se difunden a través de grupos privados de Facebook o de teléfono en teléfono a través de servicios de mensajería instantánea. Se trata de cincuenta pruebas que se verifican a través del envío de fotografías que lo demuestren al director del juego.

La cuarta de esas pruebas es, precisamente, dibujar una ballena azul –tras haberse hecho pequeños cortes en el cuerpo y ver unas cuantas películas de terror–. Las siguientes tratan de reforzar la identidad de quien ha sentido esta vocación tan cetácea.

La prueba número 50 es quitarse la vida. Las indicaciones que te puede dar quien dirige tu juego pueden ser desde ahorcarse a saltar de un edificio. Sin palabras.

Maylen era una joven colombiana de 13 años. “Mamá, ¿existen las ballenas azules?”, preguntó un día en casa. Dos días después, la chica se suicidó. Todo esto ha pasado hace poco más de una semana.

Un problema

Las convenciones de la profesión periodística hacen que determinados temas se silencien para proteger a las víctimas o no avivar nuevas situaciones en quien se encuentra en situación vulnerable. Ese es el caso del suicidio. El control sobre la información –o más bien sobre la no información– sobre los suicidios es también una herramienta de propaganda política.

En este sentido he vivido una experiencia personal que traigo a este blog.

Recuerdo a un diácono que atendía pastoralmente el principal cementerio de la capital en una dictadura americana. “Cada vez son más frecuentes los jóvenes que se quitan la vida, pero esta es una verdad silenciada por esta sociedad sin un futuro a la vista”, me confesaba. El tema no es nuevo, aunque se ha escondido mucho.

Pero ahí están los últimos datos, en este caso de la Organización Mundial de la Salud. Cerca de 800.000 personas se suicidan cada año. El suicidio es la segunda causa principal de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. 310 jóvenes se han quitado la vida en España. El 78% se produce en países de ingresos bajos y medios.

Más allá de alguna noticia puntual o una dramática escena en El club de los poetas muertos, hoy –como siempre– el suicidio entre adolescentes jóvenes es un problema. Pero es también algo más, es una llamada de los adolescentes para hacer de ellos algo más que una caricatura con hormonas. Podemos decir que la adolescencia es el inicio de una serie de emancipaciones que se extenderá a lo largo de toda la madurez. Cada adolescente empieza a dejar las ideas de los demás para tener las suyas propias, comienza a salir del círculo de la familia que le ha tocado para establecer relaciones de cierta profundidad con los amigos, empieza a darse cuenta de que lo que siente y lo que vive reclama cierto sentido…

Este proceso puede ser satisfactorio o terrible, acompañado o en solitario, callado o lleno de palabrería, tardío o precoz, en ambiente de violencia y crueldad o con un estilo de vida muy corriente… Familias, educadores, amigos… todos estamos implicados en ese camino, cada uno desde su rol y desde su propio recorrido. Y es que una vida, más si es de un adolescente, que acaba en suicidio seguramente habla más de la sociedad en la que se produce que de la personalidad de quien llega a este desenlace final. Y todo esto sin entrar en la moral tradicional que ve el suicidio como un acto supremo de egoísmo.

Esperemos que estos casos carentes de todo anonimato nos despierten de la indiferencia que crea el ansiado bienestar –y nos rediman de los silenciados durante demasiado tiempo–. Aquí, como en tantos dramas de nuestro mundo, estamos llamados a ser –recordando uno de los libros más clarificadores de Henri Nouwen– “sanadores” desde la experiencia de nuestras propias “heridas”.