José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
Redactor jefe de Vida Nueva

¿Se retrasa la reforma de Francisco?


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Llevan la cuenta y les parece que cuatro años y medio es tiempo más que suficiente para la anunciada reforma. Han perdido la cuenta de las reuniones del grupo de cardenales que en el G-9 aconsejan al Papa y no acaban de ver resultados. ¿Esperan, quizás, que con toda solemnidad se marque la fecha en la que los cambios anunciados tomarán cuerpo como por ensalmo?

Los cambios están ya en Francisco mismo, en sus exhortaciones y en su encíclica, en sus discursos a la Curia, a los sacerdotes, a los religiosos, a los laicos y a los jóvenes. A los políticos y a los economistas. Incluso a los periodistas.

Pero no se perciben como un verdadero cambio porque impera la política del perfil bajo en quienes tienen que implementarlos para no les rocen ni las indirectas, porque la estrategia del corredor de fondo, la de quien resiste, gana, se impone y se abonan a la teoría del ya escampará.

Pero los cambios están ahí. Veáse la extraordinaria popularidad de este Papa, incluso entre los no creyentes. Véanse las resistencias. Véanse los dubia. Véanse los manifiestos señalando las “herejías” del Papa.

Véanse los cambios en los dicasterios. Véase la bomba lapa en instituciones-baluarte. La última, en el Pontificio Instituto Juan Pablo II para la Familia, el think tank de una moral asfixiante y que, sí, los críticos tienen razón, en el Vaticano están decididos a acabar con esa visión de cruzada.

Francisco ha marcado el camino y el arzobispo Vincenzo Paglia ha ejecutado con las palabras adecuadas para no zaherir. Pero marcando la pauta.

A final de este curso, los cambios serán más palpables, pero la opción es clara por la desclericalización, por dar más responsabilidades a los laicos, por poner el acento más en la pastoral que en la reflexión sobre el sexo de los ángeles y por acoger una mayor diversidad eclesial. Son los ejes de este cambio.

Será curioso ver cómo se injerta esta nueva especie en la sede de Madrid, un bastión presidido por la nostalgia, aunque sostenido –una broma del destino– por uno de los obispos más cercanos a Bergoglio.

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