Entre el rito y la vida


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Cuando uno lee que Alexis Carrel, premio Nobel de Medicina en 1912, se convirtió al cristianismo, ¿qué se debe entender? ¿Qué lo bautizaron para que pudiera recibir los otros sacramentos? Y si estaba bautizado, ¿en qué consiste su conversión?

Las preguntas parecen poner en duda el valor de los sacramentos pero, suspicacias aparte, recogen un hecho evidente: la cosificación de los sacramentos que, lejos de ser “signos de la gracia”, como los define Karl Rahner (Rahner 82), han sido transformados en rituales mágicos por una pastoral apresurada y superficial.

Anotaba Jean-Luc Marion que “a Dios solo se puede llegar por el amor: la crisis actual ya no es una crisis entre razón y fe, sino entre la razón y su propia racionalidad superficial y totalidad prepotente” (Marion 66). En una reciente homilía en la Casa Santa Marta, el Papa habló del tema: “Cuando vamos a la Misa sabemos que Él está en la Palabra, pero esto no es suficiente para entrar en el misterio. Entrar en el misterio es dejarse caer en aquel abismo de misericordia donde no hay palabras, solo el abrazo del amor”.

La de Carrel y otras conversiones suelen presentarse como un triunfo institucional que deja a un lado y, como asunto secundario, la idea que late en el fondo de la expresión de Marion: “a Dios se llega por el amor” y los sacramentos pueden ser el camino o una distracción.

Las cuatro plagas

Con un vivo sentido de las realidades Lanza del Vasto hablaba de las cuatro plagas que vician la civilización actual: la esclavitud, la miseria, la revolución violenta y la guerra, que harían ver una conversión al cristianismo como una opción en contravía de los poderes imperantes en el mundo. Desde la imagen subversiva que tuvieron los primeros cristianos ante los ojos de los emperadores romanos hasta hoy, la del cristianismo ha sido una marcha en contravía de los poderes de este mundo, y esto, hasta el punto de poderse afirmar que “los creyentes hemos contribuido al ateísmo rampante de hoy, por la falta de vigor y de claridad sobre nuestra presencia en el mundo”. Lo declaró el Vaticano II al señalar esa tibieza como una causa del descreimiento de nuestro tiempo (Gaudium et Spes, 19, 3).

Comprobó Rahner que Jesús no dijo una sola palabra sobre los sacramentos, fue el caso de la confirmación, la unción de los enfermos, el matrimonio y el orden y que de los otros “habló como de pasada”. “Su amor por los individuos no lo consideraba bajo el abstracto concepto de sacramento” (Rahner 84). Él no le dio el primer lugar al rito. La entrada del convertido más que por un rito había que entenderla por su transformación personal” (Rahner, 84, nota). Lo cual es una aplicación de la expresión de Jesús: “aquel que no ama a su prójimo, a quien sí ve, mal podría amar a Dios a quien no ve” (I Juan 4, 20).

“La única cosa que importa”

En efecto, quien se convierte no lo hace hacia un rito sino hacia una presencia de Dios en el otro. Lo expresa el Catecismo Holandés: “quien quiere acercarse a Dios lo logrará yendo hacia el hermano” (Catecismo Holandés 485).

El ritual de los sacramentos alcanza su plenitud cuando opera como un medio para llegar a los demás; lo proclama con vigor el citado catecismo: “amar a los otros es para nosotros la única cosa que importa” (Catecismo Holandés 483). “Lo más puro sobre la tierra es el amor al prójimo” (484).

Este clamor inspirado por el Vaticano II es un paso adelante que deja atrás los caminos trazados por el racionalismo y por el ritualismo. Si a Dios se llega no por los ritos ni por el pedregoso camino de los razonamientos, sino que se le encuentra por el camino del samaritano, donde Dios se revela en el otro. A Dios se le muestra, no se le demuestra; o según otra lúcida expresión: “la última palabra no la tendrá la teodicea sino la experiencia religiosa, como la de los primeros cristianos” (Cf Borda, Echeverri 281).

Esa experiencia la testimoniaron los que, ante las congregaciones de los primeros cristianos, exclamaron: ved cómo se aman. El sacramento había cumplido el objetivo que le señala Schillebeeckx “como acto cultural de la Iglesia que en comunión con Cristo implica la gracia” (Schillebeeckx 84).

Carrel y los convertidos de todos los tiempos han encontrado, o deben encontrar en primer lugar, no un rito sino una comunidad de amor.

 

Referencias:

Karl Rahner: La Iglesia y los sacramentos. Barcelona: Herder. 1964.

Schillebeeckz: Cristo. Sacramento del encuentro con Dios. San Sebastián: Dinor. 1966.

Le Catechisme Hollandais. París: IDOC. 1968.

Jean-Luc Marion: La irracionalidad de una racionalidad sin razón. Citado por Borda y Echeverri en Hacia un nuevo diálogo ciencia teología. Cali: Universidad del Valle. 2013.