¿Qué ha pasado en Chile?


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Escribo desde Chile, donde la Iglesia es noticia de primera plana. Una triste y dolorosa noticia que estremece a este país de tradición católica como el resto de los países latinoamericanos conquistados por España.

Durante las últimas semanas, frente a los noticieros y periódico en mano, como también oyendo comentarios de amigos y amigas me he estado seriamente preguntando: ¿qué es lo que pasa en la Iglesia chilena y lo que ha pasado?

Digo Iglesia refiriéndome a la comunidad de bautizados y bautizadas, no solo a su jerarquía. Porque es la Iglesia la que está convulsionada por los escándalos que algunos miembros de la jerarquía han dado y siguen dando mientras crece el malestar y el descontento en la opinión, que no quiere saber nada de la Iglesia: bueno, de los curas, porque se suele confundir a los curas con la Iglesia.

Delitos tapados

Pero volviendo a la pregunta, ¿qué pasa, entonces, y qué ha pasado en Chile? Obviamente la situación no es única. En otros países los curas pederastas –¡uy, qué feo suena!– han hecho de las suyas y las autoridades también han tapado sus delitos. Tampoco son nuevos los escándalos. Lo diferente y novedoso es que las víctimas se han atrevido a poner el grito en el cielo y tanto los pederastas como sus encubridores han quedado expuestos a la sanción social. Y a nivel mundial. Porque la visita del papa Francisco a Chile en enero de este año, sus desafortunadas declaraciones y las medidas posteriormente tomadas desde Roma pusieron la situación de la Iglesia chilena en el ojo del huracán.

Con lo cual volvió a ser noticia el caso Karadima, el cura que en 2010 fue sentenciado por el arzobispado de Santiago a una vida de oración y penitencia, además de ser declarado culpable de abuso de menores por la Congregación para la Doctrina de la Fe, aunque para la justicia chilena el caso prescribió y no sé por qué. Volvió a ser noticia porque los crímenes de Karadima son el origen de lo que se está viviendo hoy y no solo sus víctimas, que seguirán llevando las heridas causadas por los abusos de Karadima y sus secuaces.

El alboroto se armó porque algunos obispos, formados por Karadima, desacreditaron las acusaciones de las víctimas y desafortunadamente uno de ellos, Juan Barros, fue nombrado obispo de Osorno por el papa Francisco, nombramiento que desató el rechazo de un grupo de laicos de esta ciudad que acusan a Barros de encubrir a Karadima y a quienes el papa regañó, en octubre de 2015, por dejarse llevar por “las macanas que dice toda esa gente”.

La gota que desbordó la copa

Pero el momento crítico fue la visita de Francisco a Chile en enero de este año. En el Palacio de la Moneda, el papa manifestó “dolor y vergüenza ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia”. Por su parte, el cuestionado obispo de Osorno se pavoneó como si nada en las celebraciones presididas por el papa. Luego, en el momento de las despedidas, ante una pregunta de una periodista argentina se le saltó la piedra a Francisco, que defendió al obispo de Osorno, y en el vuelo de regreso a Roma, desde Perú, su declaración fue aún más desafortunada. Fue la gota que desbordó la copa de la crisis de credibilidad de la Iglesia en Chile.

Después de semejante bochinche, Francisco envió una comisión investigadora que le entregó un expediente de más de dos mil páginas que recoge los abusos de poder, de conciencia y sexuales cometidos por miembros del clero chileno y encubiertos por sus obispos.

Como respuesta, convocó a Roma a “víctimas de abuso sexual, de poder y de conciencia” y a todos los obispos de Chile. A finales de abril recibió en el Vaticano y los alojó en Casa Santa Marta, donde él reside, a James Hamilton, Juan Carlos Cruz y José Andrés Murillo –quienes han liderado las denuncias contra Karadima– para oír su historia de primera mano y, con el mismo propósito, este fin de semana recibe a otro grupo de víctimas, esta vez sacerdotes víctimas de Karadima. También se reunió durante tres días a mediados de mayo con los 34 obispos que, al final del encuentro presentaron su dimisión. Todos a una, como Fuenteovejuna.

Absoluta gravedad

Al final de esta reunión los obispos recibieron del papa Francisco un documento de diez páginas redactado por él mismo en el cual, en dos nota de pie de página y refiriéndose a las conclusiones del informe de los investigadores Scicluna y Bertomeu, resume con “perplejidad y vergüenza” lo que ha pasado en Chile: dice que se ha “minimizado la absoluta gravedad de sus hechos delictivos atribuyéndolos a simple debilidad o falta moral” (n. 24); que “existen graves defectos en el modo de gestionar los casos de ‘delicta graviora’ […] y en el modo de recibir las denuncias o ‘notitiae criminis’, pues en no pocos casos han sido calificados muy superficialmente como inverosímiles lo que eran graves indicios de un efectivo delito” y que los “presuntos delitos fueron investigados solo a destiempo o incluso nunca investigados”; que “se ha constatado la existencia de gravísimas negligencias en la protección de los niños/as y de los niños/as vulnerables por parte de los obispos y superiores religiosos”; y que hubo “presiones ejercidas sobre aquellos que debían llevar adelante la instrucción de los procesos penales o incluso la destrucción de documentos comprometedores por parte de encargados de archivos eclesiásticos” (n. 25). ¡Con razón los obispos dimitieron!

Otros dos episodios fueron noticia en de las últimas dos semanas. Uno lo dio un grupo de curas de las diócesis de Rancagua, al sur de Santiago: 14 fueron suspendidos y el obispo entregó a la justicia chilena sus expedientes. El otro lo dio un cura que fue canciller de la arquidiócesis de Santiago hasta enero de 2018, cuando en víspera de la llegada de Francisco se auto denunció por abusar de menores de edad, pero la historia se destapó la semana pasada: según El Mercurio del 25 de mayo, cuando la familia de un menor abusado por él le hizo el reclamo, se disculpó argumentando que estaba enfermo. Y, como si fuera poco, fue él quien como notario eclesiástico recibió los testimonios de los denunciantes contra Karadima que ahora caen en la cuenta de que después de sus declaraciones “no pasaba nada”.

Complicidad culpable

Los argumentos de este abusador y los comentarios de las víctimas de otro abusador evidencian el trasfondo de los tristes capítulos escritos no solo en Chile sino a nivel mundial: la interpretación de los abusos sexuales como ‘peccata minuta’, es decir, pecadillos o faltas de poca importancia por los cuales basta darse golpes de pecho o calificar de enfermedad los crímenes cometidos, así como las consiguientes prácticas de encubrimiento por parte de la autoridad eclesiástica debido a una mal entendida solidaridad que no es más que complicidad. Y complicidad igualmente culpable.

Es lo que dice la carta del 31 de mayo enviada por Francisco “Al Pueblo de Dios que peregrina en Chile”: se refiere a “la cultura del abuso y del encubrimiento”, calificándola como “incompatible con la lógica del evangelio”; subraya “el ‘nunca más’ a la cultura del abuso, así como al sistema de encubrimiento que le permite perpetuarse”; y concluye: “urge, por tanto, generar espacios donde la cultura del abuso y del encubrimiento no sea el esquema dominante”.

Reconoce, además: “Con vergüenza debo decir que no supimos escuchar y reaccionar a tiempo”. E invita al santo pueblo fiel de Dios, es decir, a jerarquía y laicado, a ser “protagonistas de la transformación que hoy se reclama y a impulsar y promover alternativas creativas en la búsqueda cotidiana de una Iglesia que quiere cada día poner lo importante en el centro”, una transformación –dice– “que nos involucre a todos”.

Pero la historia continúa. Porque la última noticia es que Francisco envió nuevamente a los investigadores Scicluna y Bertomeu, esta vez a Osorno, donde es obispo el cuestionado Juan Barros, que dicen que no ha vuelto a aparecer. Esperemos a ver qué pasa.