Oración por un guerrillero


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Ese día no sabíamos si celebrar o lamentar la muerte de un hombre. Hace nueve años las autoridades habían bombardeado un campamento guerrillero en el que murió uno de los jefes de las FARC, Raúl Reyes. Fue la noticia del día y de la semana siguiente y motivo de reacciones encontradas entre los que celebraban y los que preferían examinar el hecho. Arrastrado por esa corriente contradictoria resulté convertido en el defensor de Reyes ante el tribunal de Dios de modo que comencé a orar con una oración de intercesión por el guerrillero abatido. Tal vez me determinaba una instintiva solidaridad con los derrotados.

  • No olvides, Señor, que este hombre luchó toda su vida por los más débiles, siempre pensó en los pobres, quiso cambiar una historia de injusticia. Lo recuerdo en unos diálogos de paz en que defendía y reclamaba una reforma agraria.

En ese momento se levantó otra voz que interrumpió mi encendida defensa. Y la voz decía con ironía:

  • ¿Era servicio a los pobres el bombardeo con cilindros de gas a poblaciones campesinas? ¿Había amor a los demás en su justificación del secuestro? ¿Alguien que haya escuchado los testimonios de los que lograron salir del secuestro puede ignorar esa tortura de años para decir que este era un hombre generoso?

No sé si esa era también mi voz interior, pero ya en función de fiscal. Pero otra vez me oí como defensor:

  • ¿Cómo olvidar que este hombre renunció a todo? Igual que un monje vivió gran parte de su vida entre las incomodidades y la austeridad que impone la vida en las selvas y en la clandestinidad. Había renunciado a la tranquilidad y aceptó la incertidumbre permanente de la guerra, para obedecer a un ideal político. Monjes y eremitas lo hacen por amor a Cristo; el guerrillero lo hace por ideal político que, en último término, es de solidaridad con los pobres y débiles de la sociedad.
  • Pero es un ideal que se pervirtió ─interrumpió de nuevo la otra voz. No me cabía duda, las dos voces surgían de mi interior─. Es un ideal que pervirtieron el dinero y el poder. ¿Cuánto dinero pasó por las manos de este hombre para comprar armas, para movilizar combatientes, para mantener aceitada una maquinaria de destrucción y de muerte? ¿De dónde procedía ese dinero? ¿Puedes ignorar que era dinero de la droga, por tanto, parte de la cadena que finalmente destruye y aprisiona a los viciosos? Ese dinero, recuérdalo también, había sido mediante la extorsión o el despojo. Él alegaba razones de guerra y lo llamaba impuesto de guerra, pero en últimas era eso: un despojo violento. ¿Cómo puede pensarse que en un hombre así haya bondad?

Siguió un silencio de perplejidad y de duda que interrumpí, dirigiéndome al Juez Supremo:

  • ¿Has hallado, Señor, un solo hombre que no haya pecado? Todos llevamos esa mezcla de verdad y de error, de bondad y de malicia, que se dieron también en este hombre. Pero este es uno entre los que se atrevieron y lo arriesgaron todo porque no se resignaron frente a un régimen opresor. Cuando casi todos aceptaron, con un sentimiento cobarde de impotencia, que así había sido siempre, este fue parte de una minoría abrahámica que se atrevió a apostarlo todo al cambio de ese orden. Tú sembraste en este hombre una semilla de inconformidad y ese aliento para cambiar las cosas, ¿por qué condenarlo ahora?
  • Ojalá los secuestrados hubieran tenido una defensa así me oí diciendo. Ojalá alguien hubiera intercedido así por aquellos diputados asesinados por la espalda cuando estaban secuestrados. Ojalá hubieran encontrado una voz amiga en su soledad los guerrilleros fusilados por sus compañeros. Es imposible hacer oídos sordos a las voces de las víctimas con al argumento de que era necesario para llegar al poder.

A esta altura de mis pensamientos sentí que estas voces contradictorias me hundían en una irredimible confusión.

Dios debió sonreír paciente y comprensivo, ante mi tormentosa oración por Reyes. Porque, ¿quién soy yo para recordarle algo a quien conoce como nadie lo que hay en el corazón de cada hombre? ¿Y quién soy yo para juzgar a nadie? Él es el único juez y yo solo puedo ser juez de mí mismo y de nadie más.

Este pensamiento acusador y agobiante silenció las voces interiores y borró el escenario de tribunal que yo había urdido.