José Lorenzo, redactor jefe de Vida Nueva
Redactor jefe de Vida Nueva

Monjas con un par de narices


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No hace falta remontarse a las grandes figuras femeninas de la vida religiosa española para darse cuenta de la insignificancia existencial de quien hoy las golpea al grito de “por monja”. Quienes las miran y desprecian porque no les parecen de este siglo, no aguantarían cinco minutos de confrontación entre el sentido de la vida de aquellas mujeres del pasado frente al pensamiento tronista de hoy.

Hombres necios ya los había hace siglos, como bien los dejó retratados sor Juana Inés de la Cruz, y la escolarización –a la que tantas de ellas contribuyeron– no garantiza el advenimiento de las luces. En ocasiones solo sirve para retrasar un cantado paso por la cárcel.

Pero no, no hace falta ir a las biografías de las santas y doctoras, de las fundadoras y mártires, de las que abrieron camino de futuro en tantos campos del saber y en tantas parcelas de la humanización. Basta con seguir a las hijas que han diseminando por el mundo siguiendo el carisma inicial. Las encontraremos luchando contra la miseria en Haití, el sida en Nairobi, acogiendo a los huérfanos de las guerras africanas que montamos desde el Primer Mundo o luchando por la capacitación femenina como arma de desarrollo en tantas comunidades indígenas del planeta.

Pero no, tampoco es necesario ir tan lejos. Las tenemos en Madrid, luchando contra la trata y acogiendo a sus víctimas. O en Zamora, preocupadas por la formación laboral de las chicas. Dándoles la autoestima que tantas veces la sociedad les niega. O en la misma Granada, acompañando a niños en acogida al colegio, como sor Rosario, a la que un energúmeno le rompió la cara de un brutal puñetazo.

Quiero pensar que este es un caso aislado y tampoco ignoro que en la viña del Señor hay monjas atravesadas que llevan dentro un alma de alférez. Pero mosquea que este maltrato duela menos por sufrirlo quien creen que está obligada a poner la otra mejilla. Antes de romperle la nariz, alguien le había hecho trizas su condición religiosa, su opción de vida. Y eso sí que no es un caso aislado.

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