¡Lo que hay que oír!


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Casi que entiendo las críticas a Francisco de representantes de sectores ultraconservadores de la Iglesia. Desde su comodidad, les tienen que incomodar los vientos de renovación que sacuden el estamento clerical en el que están instalados: si como estamos, estamos bien –piensan–, ¿para qué introducir cambios y reformas? Y para defender su posición miran con lupa a Francisco…, por lo que diga o deje de decir, como los fariseos del Evangelio a Jesús.

El último capítulo de estas críticas es la carta Una corrección filial ante la propagación de herejías, fechada el 16 de julio y publicada esta semana, el 24 de septiembre; dicen que porque no han recibido respuesta. Acusan al papa Francisco de propagar, “a través de la exhortación apostólica Amoris laetitia, así como también por otras palabras actos y omisión, hasta siete posturas heréticas –¡y las presentan en latín!– sobre el matrimonio, la moral y los sacramentos.

El documento recoge los párrafos que, a juicio de los firmantes, “insinúan o alientan posturas heréticas”, y luego enumera “las palabras, actos y omisiones que evidencian, más allá de cualquier duda razonable, que él desea que los católicos interpreten estos pasajes de una manera que es, de hecho, herética”. ¡Lo que hay que oír! Y le echan la culpa de las siete herejías al modernismo y a Lutero. Dicen que el fraile agustino “tenía ideas sobre el matrimonio, el divorcio, el perdón y la ley divina que se corresponden con aquellas que el Papa ha promovido mediante sus palabras, actos y omisiones”, y critican el elogio “explícito y sin precedentes” que le ha dedicado a Martín Lutero.

Digo que es el último capítulo o, mejor dicho, el más reciente. Porque el descontento y los críticas se hicieron visibles durante la celebración del Sínodo de 2015, convocado para responder a la situación de la familia hoy, cuando trece cardenales hicieron público su disenso. Poco después, cuatro cardenales expresaron sus críticas en un cuestionario con cinco dubia –en latín, para que las que llaman “dudas” resulten sonoras– que a ellos les plantea Amoris laetitia.

Y también en esa ocasión, como no recibieron respuesta, las publicaron. Pero el Papa no se refirió a ellas, aunque soltó en su discurso navideño a la Curia Romana alguna alusión a “resistencias ocultas que nacen de corazones petrificados” y a la “resistencia maliciosa que nace de mentes distorsionadas”. Nuevamente, otros cuatro cardenales –uno de ellos, Gerhard Müller, por entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe,– también se declararon en una disidencia que Francisco calificó de “resistencia por parte de los rigoristas que se agarran solo a la letra de la ley”.

Y el más recalcitrante de los purpurados rebeldes, el estadounidense Raymond Burke, declaró que Amoris laetitia no era “un acto del magisterio” y calificó a Francisco de hereje amenazándolo con “un acto formal de corrección de un error grave”. Ahora resulta que Müller reta al Papa a un debate formal sobre el contenido de Amoris laetitia y, en entrevista para el National Catholic Register, muy cercano a Burke, acusa a Francisco de un enfoque marxista, basado en un “dualismo entre la teoría y la práctica”. ¡Lo que hay que oír!

Aunque ninguno de estos dos cardenales –Müller yBurke– firman la carta, no sería extraño que estuvieran agazapados detrás de los firmantes, porque encabezan las críticas y cuestionamientos de un sector conservador de la jerarquía –¿los que prefieren hacerse venias en los corredores vaticanos y recibir homenajes de sus feligresías?– a un Papa que intenta hacer de la Iglesia “casa de misericordia y hospital de campaña”, a sabiendas de las críticas que levanta su propósito y sin amedrentarse frente a las resistencias de sus opositores.

A las que se refirió hace muy poco durante el encuentro con jesuitas colombianos en el convento de San Pedro Claver, en Cartagena de Indias. A una pregunta del padre Vicente Durán Casas, sj, el Papa respondió: “Escucho muchos comentarios, respetables porque los dicen hijos de Dios, pero equivocados, sobre la exhortación apostólica postsinodal. Para entender Amoris laetitia hay que leerla de principio a fin. Empezar con el primer capítulo, continuar por el segundo… y así, siguiendo…, y reflexionar. Leer qué cosa se ha dicho en el Sínodo. Una segunda cosa: algunos sostienen que la moral que está a la base de Amoris laetitia  no es una moral católica o, al menos, que no es una moral segura. Ante esto quiero reafirmar con claridad que la moral de Amoris laetitia es tomista, la del gran Tomás. Pueden hablar de esto con un gran teólogo, entre los mejores de hoy y entre los más maduros, el cardenal Schönborn. Esto lo quiero decir para que ayuden a la gente que cree que la moral es pura casuística. Ayúdenlos a darse cuenta que el gran Tomás tiene una riqueza muy grande, capaz también hoy de inspirarnos. Pero de rodillas, siempre de rodillas…”. ¡Y eso sí es lo que hay que oír!