Las vidas sobrantes


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Es más frecuente de lo que uno imagina. Al regresar, los terrores de Malthus se han convertido en epidemia. Al economista demógrafo las cuentas no le daban y concluía, patético: si nacen más niños no alcanzarán los alimentos. No lo dijo así, pero su teoría tenía ese terror como fundamento. Ese terror está de regreso.

Un reporte reciente sobre Bogotá destaca, como si se tratara de un dato esperanzador: cada vez nacen menos niños. Los de 2016 fueron menos que los de 2015: 4.113 bebés menos. Lo de las familias numerosas ha llegado a ser cosa del pasado. El 50% de los hogares tiene entre 3 y 4 hijos; y el 28%, uno o dos hijos, porque los ingresos, medidos con calculadora, no dan para más. No es una nota dominante la alegría de tener hijos, más bien se le hace caso al columnista que no temió escribirlo: “no tenga hijos. Hágalo por el niño o niña por venir. No le imponga a otra persona la condena de vivir en un mundo imposible”. Es una proclamación de que hemos logrado construir un mundo sin esperanza en el que lo que viene es el cambio climático, la guerra nuclear, el terrorismo extendido por el mundo, la angustia de no saber si habrá agua o alimentos suficientes para todos o aire para respirar. Cabalgando como cualquier jinete del apocalipsis, este mensajero del milenio verá la entrada del hambre, de la sed y del terror. Por tanto, a un mundo así nadie quiere que un hijo llegue a padecer. Pero los terrores de Malthus son poca cosa frente al catálogo de males a punto de llegar.

Carga y condena

La vida humana, dentro de ese marco de desgracias, es una condena. Deja de ser un don y se transmuta en carga, como les pasó a los 400.000 rohinyás cuando en Birmania el ejército los puso en la mira de sus odios.

Esta paradójica valoración de la vida como carga y no como oportunidad es la que aparece en el informe sobre Bogotá en donde las mujeres de 75 años y más viven más pero expuestas “a la viudez y soledad que aumentan su vulnerabilidad social”. La observación del informe tiene todo el tono de un parte de derrota de la sociedad: la mayor edad para el mayor número pone a prueba la capacidad de la sociedad para cuidar de esas vidas y la conclusión es que no existe la capacidad para hacerlo, o al menos, que esas soluciones no son una prioridad.

Toda la buena voluntad que podría haber en las instituciones y en sus agentes parece poca cosa frente a los males del momento: terrorismo, drogas, proclividad hacia la violencia, indiferencia, deshumanización. “Los muertos en la última década se han más que multiplicado. Los conflictos, como los de Colombia, Siria, Yemen, Sudán del sur y Libia son importantes amenazas para la salud pública”, señala el estudio sobre la Carga Mundial de la Enfermedad (GBD, en inglés).

Un peso para la sociedad

En el caso de los viejos, la vida aparece como un peso para la sociedad: por eso las cifras de crecimiento de la población vieja tienen una connotación negativa: significan más atención médica, mayores recursos en medicinas y alimentos y bajos niveles de producción.

Contra esa tendencia pesimista, se levanta la que celebra la vida como posibilidad. Una reciente noticia del Departamento Nacional de Estadística en Colombia (DANE), según la cual Colombia llegará a los 50 millones de habitantes, no fue recibida con el pesimismo de los herederos de Malthus, sino con un tonificante optimismo: “Tener cincuenta millones de personas es una bendición y muestra el potencial del país”, admitió un economista; “es un éxito demográfico para celebrar”, exultó un estadígrafo y una profesora universitaria afirmó que “se trata de algo muy bueno porque el capital humano es lo más importante en cualquier economía”.

Con sus cincuenta millones de habitantes, Colombia se sitúa en el tercer puesto de países con mayor población en América Latina, detrás de Brasil y México; y entre los 27 países del mundo que superan los cincuenta millones, lo cual implica un desafío de magnitud al que, a pesar de los factores en contra, Colombia está respondiendo: entre 2010 y 2016 redujo la pobreza del 37,2% al 28%. En el mismo período las defunciones de niños menores de un año pasaron del 18,36 al 17,10 por cada mil nacidos vivos; y la esperanza de vida, que era de 62,3 años en 1974, es de 76,1 en la actualidad. Y mientras la emigración se reduce, aumenta la migración con 500.000 venezolanos que luchan por insertarse dentro de la población colombiana. No se trata de población sobrante.

Un conflicto de conciencia

Son datos que hacen más palpable el conflicto de la conciencia del mundo de hoy frente a la vida: ¿es oportunidad o carga?

Este conflicto se agudiza en las polémicas sobre eutanasia. Una decisión de la Corte Constitucional colombiana, que garantizó el derecho a la muerte asistida para los menores de edad, puso el tema en la mesa de discusiones: la decisión debe tener en cuenta la voluntad del menor, si su desarrollo personal lo permite. Pero la eutanasia, ¿es un acto comprensivo y amoroso, o es la asistencia para una fuga? El gran número de personas que la ven como un derecho y una acción compasiva y no “como un mensaje de que la vida de los más débiles no existe”, según expresión de un vocero del episcopado, deja ver que en la conciencia del mundo la vida y la muerte han llegado a borrar sus límites y que se repite la historia de los humanos sobrantes.

La tarea de las instituciones y sus agentes para el futuro bien podría ser esa: hacer más claras y evidentes las fronteras que separan la vida de la muerte, para que ningún humano se mire como una vida sobrante, que se debe descartar, sino que, por el contrario, toda vida se tenga y aprecie como irremplazable e indispensable.