José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

Las sandalias de la escucha


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VIERNES 20. Cumplió su condena y desapareció del mapa. Se le creía recluido en su tierra natal. En un retiro anónimo para no generar ni un comentario más y ser acompañado en su vuelta a la realidad. Sin embargo, ha firmado el alta y ha sido enviado a tierras americanas. Como embajador de buena voluntad. Pero, de nuevo, con el poderoso caballero de por medio. Hay quien duda de si es el mejor destino y cometido. O más bien una nueva tentación.

SÁBADO 21. Ruta verde a pie. Unos diez kilómetros. Con recompensa de baño a mitad de camino y al final. La oportunidad de peregrinar en silencio. Pero también desde el encuentro. Emaús emerge donde uno quiera calzarse las sandalias del discípulo y de la escucha.

DOMINGO 22. Reflexión a la luz de una homilía. La caridad con el ajeno es más fácil que con el propio. Con el próximo la confianza reduce la tolerancia a su error. Isa apostilla: “Y las heridas que hemos generado en nuestra relación con el próximo”. No le puedo enmendar.

MARTES 24. La ministra de Educación comparece en el Fórum Europa. Turno de preguntas. Matiza. Recula. “Quiero mandar un mensaje de tranquilidad a las familias que mandan a sus hijos a los centros concertados. No tienen nada que temer”. Lo garantiza Celaá. Hasta en tres ocasiones, consciente quizá de que se dejó llevar por la consigna electoral para calmar a la clientela. De paso, intentona de matar al mensajero:  “He leído titulares alarmistas sobre las intenciones de este Gobierno para acabar con la educación concertada: son ‘fake news’”. Continúa con su discurso y alguien me deja caer: “No legislarán contra la concertada, pero otra cosa es que la ahoguen poco a poco, como ya están haciendo, quitando una línea de aquí y otra de allá”.

MIÉRCOLES 25. Misa de Santiago. Propuesta no de ley desde el altar: dejar a un lado la imagen del “matamoros” para ponerse en manos del “peregrino”. Difícil dar un vuelco ahora a tanta iconografía con espada y a caballo. Pero más complicado aún le resulta al celebrante adaptarse a la nueva traducción del misal. Una vez más, gestos de incomodidad ante figuras retóricas y circunloquios que suenan a caduco. Lenguaje del pasado ante una feligresía tan menguante como ajena a lo que se lee desde el presbiterio.

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