Las razones de la oposición al Papa


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El Papa acaba de renunciar al viaje que proyectaba a Sudán del Sur, donde se juntan la violencia, el hambre, la crueldad y la pequeñez de los grandes. Es la verdadera periferia en la que la sensibilidad evangélica de Francisco detecta la presencia de Jesús. Pues bien, los violentos y corruptos sudaneses cerraron las posibilidades del viaje papal.

Leo esta noticia mientras tomo apuntes sobre un tema, al parecer ajeno a lo del viaje a Sudán, porque me he preguntado por qué existe una militante y persistente oposición contra Francisco. ¿Podrá ocurrir que estos opositores logren una marcha atrás de Francisco, como la que acaban de hacer los violentos de Sudán?

No son situaciones equiparables, pero me reafirman el interés por los motivos de los opositores.

“El hermano mayor”

Alguien me explica la actitud de estos personajes, Burke, Sarah, Müller, todos cardenales, con lo que llama la sicología del hermano mayor. Alude a la parábola de los dos hermanos y se fija en ese complejo de superioridad del que ha estado allí y ha sido fiel, que contrasta con el que no estuvo allí ni fue fiel. La comparación deja al hermano mayor en lugar de privilegio para la hora de la herencia.

Estos purpurados hermanos mayores creen estar ante alguien que dilapida una herencia que ellos deben cuidar. Basta recordar sus reacciones ante la Amoris Laetitia, o en el sínodo sobre la familia; ante el tema de los divorciados vueltos a casar, con el mismo gesto enfurruñado de aquel hermano que veía el regreso del hermano “calavera”.

De alguien copio otra causa: una visión estatalista del papado. El Papa también es rey y los reyes pueden ser depuestos; por eso, especulan estos opositores con la idea de un empeachment como el que ahora amenaza al presidente Trump. Igual que en cualquiera democracia, estos hermanos mayores se sienten en la obligación de velar por la casa amenazada por un manirroto. A su juicio, se cierne un serio peligro sobre la integridad de la doctrina con la lectura audaz que Francisco está haciendo del evangelio, por tanto, la destitución es una posibilidad que se impulsa, como trató de hacerlo aquel cardenal Ottaviani, seriamente preocupado por las audacias de Juan XXIII, dispuesto a convocar el Concilio Vaticano II.

Absolutos y miedos

Las otras explicaciones tienen que ver con esa universal reacción frente a los cambios. Los que se han instalado y adaptado a un estado de cosas no quieren alterar su comodidad, por tanto, descartan con fastidio cualquiera tentativa de cambio. Tanto más si se trata de someter la vida a los exigentes parámetros del evangelio. A los que sienten que es excesivo el ritmo que impone en nombre del evangelio un Francisco que desconfía del poder, que se acerca más de lo prudente a los pobres y a sus causas, exige demasiado y peligrosamente. Francisco llegó a ser tan inoportuno para ellos como el visitante que interrumpe una siesta.

Es más filosófica esta otra razón, pero no encuentro manera de eludirla. El punto de partida de las experiencias de oposición han sido o normas escritas o afirmaciones dogmáticas que, a su juicio, deben mantenerse inalterables e inalteradas. Recuerdo el alegato sobre la comunión de los divorciados, por ejemplo. A su culto reverencial por lo absoluto de dogmas y normas canónicas, que, como las piezas de un museo, se exhiben para ser vistas y no tocadas, se agrega el temor al esfuerzo que implica buscar, investigar, dudar hasta llegar a la cima de una certeza. Sí, al Papa se le oponen desde una trinchera hecha de absolutos y de miedos.

Le paso revista a este arsenal de razones y creo, una vez más y en vísperas de la celebración de Pentecostés, que es mucho el trabajo del Espíritu Santo en estos tiempos, mucho más procelosos que los del primer Pentecostés.