La fe de una mujer


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El Evangelio de este domingo –XX del tiempo ordinario– recuerda a una mujer. Una mujer que no era judía. El Evangelio no recuerda su nombre pero dice que era cananea y que tenía una hija, cuyo nombre tampoco dice.La recuerda como una mujer de fe que Jesús reconoció y admiró: “¡Mujer, que grande es tu fe!”.

¿Por qué este reconocimiento? ¿Por qué Jesús admiró la fe de este mujer? Entre líneas hay que leer que esta mujer que no era judía profesaba una religión –la religión de Canaán– que la religión oficial judía despreciaba y condenaba desde la superioridad de ser el pueblo elegido.

También entre líneas hay que leer que el encuentro de Jesús y la mujer que no era judía se enmarca en una controversia. Cuando las primeras comunidades de seguidores y seguidoras de Jesús comenzaron a organizarse, había quienes consideraban que la buena noticia del reinado de Dios predicada por Jesús era exclusivamente para los judíos, a la manera de una reforma religiosa,y por esta razón se oponían a abrirse a los no judíos, llamados gentiles, y aceptar su participación en la mesa eucarística.

Partidario de la aceptación es el relato del encuentro de Jesús y la mujer que no era judía que se lee en el evangelio de Marcos y en el evangelio de Mateo. El primero dice que era sirofenicia y el segundo que era cananea. El hecho es que era extranjera y, como tal, discriminada en el mundo judío. Pero también por ser mujer y por motivos religiosos: según los cánones del judaísmo en tiempos de Jesús, el contacto, así fuera rozarse, con una mujer le hacía perder al judío la pureza ritual. Lo mismo cuando se trataba de varones no judíos o gentiles, como eran considerados todos los extranjeros, por ejemplo los romanos.

Cuenta el evangelio de Mateo que cuando Jesús pasaba por la región de Tiro y Sidón, esta mujer “se puso a gritar” pidiéndole que curara a su hija enferma. Se lo rogaba porque, dice el evangelio,estaba sufriendo mucho. Y no importa cuál era la enfermedad  sino su sufrimiento: que era grande.

Según el relato, los discípulos –que es de suponer que eran judíos y, todos ellos, varones– se incomodaron con sus gritos y le dijeron a Jesús: “Dile que se vaya”. Nuevamente hay que leer entre líneas que una mujer y no judía era doblemente impura yque,por eso, rechazaron su presencia. No solo sus gritos.

Pero Jesús no la rechazó. Conversó seriamente con ella. Más aún: comenzó una argumentación teológica con su primera respuesta: “Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Perola mujer siguió insistiendo para conmoverlo: “¡Señor, ayúdame!”. Jesús respondió a la petición de la mujer con un argumento que solo podía entenderse en el marco de la controversia de las comunidades de creyentes: “No está bien quitarles el pan a los hijos y dárselo a los perros”. A lo que la mujer argumentó para conmover y convencer a Jesús: “Sí, Señor; pero los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”.

Finalmente, una nueva respuesta de Jesúspor la que esta mujer es recordada: “¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres”. Y el relato termina con la constatación de que la mujer logró conmover y conmover a Jesús: “Desde ese mismo momento su hija quedó sana”.

Desde la mirada de una mujer teóloga, Elizabeth Schüssler-FIorenza, esta mujer que no era judía y “gana la contienda” es “portavoz de la actitud abierta hacia los gentiles”. Y hace notar que “las mujeres tuvieron un papel determinante en la extensión del movimiento de Jesús a los no israelitas” y que el hecho de que el evangelio ponga un argumento teológico “en boca de una mujer es un signo de la responsabilidad histórica que han ejercido las mujeres”.

Y yo agrego que la insistencia de esta mujer para conmover y convencer a Jesús es un recorderis a las mujeres de fe a insistir, siempre desde la fe, e incluso a gritos en el rechazo hacia cualquier forma de exclusión y discriminación.