La comunicación, la Iglesia y las raíces de la pobreza


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Sobre el tema “comunicación e Iglesia” han corrido ríos de tinta. Aunque en realidad ya casi no se usa la tinta para escribir, la expresión conserva su validez y puede servirnos, al menos a quienes tenemos algunos años, para decir que un tema ya ha sido tratado casi hasta el cansancio. Sin embargo, que una cuestión permanezca durante años en la reflexión puede ser una señal a tener en cuenta, especialmente en tiempos en los que ningún tema logra atrapar la atención durante más de un par de días.

Para quienes vivimos este fenómeno desde la Iglesia existe otro motivo para que el tema sea interminable: además de vivir en estos años de “la comunicación”, vivimos una época de una profunda insatisfacción con respecto a la comunicación que ofrecen los grandes medios y también a aquella que se pretende establecer entre la Iglesia y la sociedad. A cada paso se tiene la impresión de que lo que dice la Iglesia, o los que hablan desde ella, no es comprendido, que no se entiende. Cada palabra que se transmite desde esta milenaria institución hacia el océano de los medios masivos de comunicación, queda atrapada en un sinfín de interpretaciones, en ocasiones disparatadas.

La reflexión oficial de la misma Iglesia, sobre estos temas, no resulta de mucha ayuda. Suele ser una reflexión que tiene como horizonte un tipo de comunicación que ya no está vigente: aquella comunicación marcada a fuego por la época de los grandes medios de comunicación. Hoy la importancia de esos medios como configuradores de las sociedades está en franco retroceso y, en muchos casos, el problema de los medios llamados “católicos” se ha duplicado: no solo están luchando contra una especie en extinción, sino que además están haciéndolo utilizando las mismas herramientas que empujan al fracaso a esos grandes aparatos mediáticos.

Por ejemplo: una de las estrategias que utilizan los medios masivos de comunicación para sobrevivir es el recurso al escándalo: necesitan permanentemente llamar la atención con tragedias, peleas, discusiones, insultos, chismes. Uno de los errores típicos de los comunicadores o medios “católicos” es caer en la discusión y contraatacar en nombre de “la defensa de la verdad”. El resultado son discusiones que nadie toma en serio y que a poca gente realmente le interesan.

Desde dónde hablar y para quienes

Quizás el desafío no sea intentar llegar a la mayor cantidad de gente posible, sino a aquellas personas que están esperando una palabra diferente sobre las cuestiones que verdaderamente importan. Es probable que en la comunicación de la Iglesia haya que hacer lo mismo que se hace en cualquier pastoral: empezar por los más pobres y hablar desde ahí. Lo difícil en el caso de la comunicación radica en que la pobreza que aparece en los medios o en las redes no se arregla con comida, zapatillas o frazadas. Allí aparece una pobreza abismal. En el más concreto de los sentidos de la palabra abismal: lo que encontramos en los medios y en infinidad de sitios que llamamos “virtuales”, pero que muestran personas y situaciones reales, es un verdadero abismo. Un pozo sin fondo de miseria, soledad, vacío, ignorancia, mezquindad, odio, resentimiento, y una lista muy larga lista de pobrezas nuevas que claman al cielo. Pobrezas que llamamos “nuevas” porque recién ahora -¡gracias a las tecnologías!- las podemos ver como nunca antes. Hasta esos infiernos descendió el Crucificado. Es allí, en esas pobrezas, donde están las raíces de aquellas otras más visibles, como el hambre o la violencia.

El desafío es inmenso, pero no porque sean “temas difíciles”, sino porque para hablar desde esos precipicios hay que atreverse a descender hasta los propios.