La capital de la droga


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El periódico El Mundo, de Madrid, vio la gira papal por Colombia como una visita al país de la droga y del culto a Pablo Escobar.

Ese titular, que ofende a los colombianos, distorsiona el sentido de la visita papal y da una muestra del periodismo que hoy se está haciendo.

Este es el que se hace con una calculadora en la mano para medir las ganancias que pueden generar o una noticia o el silencio total o parcial sobre algún hecho. Así la noticia pierde su naturaleza de servicio público y se convierte en una mercancía que se compra o se vende. Como tal, la noticia debe ser vendedora, o sea, con atractivos suficientemente halagüeños para que guste a cualquier lector, como el titular en cuestión, que combina dos elementos que, sumados, le dan a la noticia un brillo seductor. Esos dos elementos son: la figura del Papa, hoy por hoy una de las imágenes más atractivas en el mundo de las comunicaciones, y la de la droga, protagonista de historias truculentas de audiencia asegurada.

Desde luego que el colaborador de El Mundo distorsionó el objetivo de la visita papal al centrarla en el tema de la droga, que sí trató aunque de modo marginal. El de la droga, dijo, “uno de los males que padece el pueblo colombiano”, “drama lacerante”, lo llama el Papa, también lo denomina “lacra”, “sembrador de la muerte”, “que trunca esperanzas y destruye familias”. La del Papa no fue una campaña contra la droga, ni en sus discursos y homilías se encuentra nada que permita suponerlo. Pero centrar la atención en el intrigante tema aumenta las ventas de periódicos y de espectadores en las audiencias de televisión o de la información digital.

Alcahuetería oficial

El periódico y el autor de esta noticia reimprimieron una ofensa a los colombianos revictimizados cada vez que alguien con precario sentido del humor o con clara malevolencia asocia el nombre de Colombia al infamante tema. Lo han hecho locutores que creyeron ser ingeniosos, también informadores mal informados que, al ver a un colombiano, creen estar frente a alguien involucrado en el tráfico o en el consumo de las drogas y, lo peor, las empresas de comunicación que, con tal de aumentar sus ganancias, mantienen esa asociación Colombia-droga con telenovelas exitosas en las televisiones del mundo, crónicas e informaciones especiales.

No se había desvanecido el impacto negativo de ese titular cuando lo reemplazó en la información internacional otra noticia: al amenaza del presidente Trump de descertificar a Colombia porque continúa el ascenso de las hectáreas sembradas con coca en el país. Los comentarios a esta noticia dejan ver el abuso que constituye el hecho de que un Estado ose convertirse en bedel de los demás estados y en calificador de sus conductas. ¿Quién es Estados Unidos y con qué autoridad moral cuenta para hacer esa fiscalización y calificación?

La pregunta conduce a un nuevo hecho comentado en estos días con indignada vehemencia. Mientras Colombia ha puesto en la guerra antidrogas el mayor número de muertos, Estados Unidos no ha adelantado una campaña eficaz para disminuir el consumo de drogas. Las narices de los consumidores de coca en Estados Unidos la absorben sin restricción alguna, aumentan las víctimas de las sobredosis y el número de adictos, como ocurrió en Vietnam y después de esa guerra con los adictos a la marihuana. Lo que debía ser una campaña de salud pública se ha convertido en una alcahuetería oficial, por una razón evidente: el tráfico de drogas es un negocio que deja considerables ingresos a la economía de los Estados Unidos, que no está dispuesto a cerrar esa fuente de enriquecimiento.

En estas condiciones, aceptar pasivamente esa fiscalización solo es posible cuando es débil la conciencia de la dignidad nacional y muy consolidado el culto al dios dinero, invocado en los billetes de Estados Unidos.

Así pues, entre el mercader de noticias y los exitosos vendedores de coca se ha formado un mecanismo que mancha y destruye el nombre de Colombia.