Implicarse en lo concreto


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Hay accidentes que adquieren un valor simbólico. Por ejemplo, la herida en la cara del Papa, resultado de un incidente menor en el último día del viaje a Colombia. Dejó una huella de sangre en su rostro y en su sotana blanca justo cuando visitaba a gente herida por el dolor, cuando estaba inmerso en una realidad que puede parecer que no tiene redención alguna. Era una forma simbólica de compartir esta situación -si se tratara de una película, podría pensarse que detrás hay un buen director- que permite comprender plenamente la importancia de esa peregrinación de Francisco.

El significado de todo esto él mismo resumió en una frase clara: “Nada podrá reemplazar ese encuentro reparador; ningún proceso colectivo nos exime del desafío de encontrarnos, de clarificar, de perdonar”. De esta manera se refería claramente a la importancia práctica del encuentro, del contacto humano, a lo relevante del intercambio de experiencias – el olor a agua podrida que se acumula en los barrios pobres – como la única manera de transformar algo para mejor, de poner algún remedio al mal en el mundo.

Si todos los Papas de la modernidad trataron de intervenir con las palabras para hacer frente a los poderosos de su tiempo desde los caminos de la reconciliación y el respeto a los débiles, o lo que es lo mismo, tener presente el mensaje del Evangelio en su misión, Francisco continúa este legado con una nueva metodología.

La máxima de no involucrarse en los conflictos políticos y diplomáticos ha hecho que los Papas se hayan mantenido siempre al margen de declaraciones específicas de condena  -salvo excepciones como hacia el nazismo y el comunismo- y de hecho les ha obligado necesariamente a mantener posturas genéricas, por encima de las partes.

Francisco escapa al peligro de la manipulación política de sus palabras moviéndose en la dirección opuesta, la de implicación en lo más específico. En lugar de volar alto, vuela bajo, al lado de las víctimas. En vez de exhortaciones generales, aborda los casos concretos, guerras en las que se puede poner paz, pobres e infelices a los que puede ayudar. El encuentro personal, la visita a las víctimas, a los necesitados constituyen en sí mismo una denuncia y una condena, pero, al mismo tiempo, el punto de inflexión hacia el cambio.

A través de su implicación personal, a través de la serena persuasión que ofrece la bondad, Francisco pone en práctica muchos cambios,  grandes y pequeños, desencadenando así procesos positivos que pueden cambiar el mundo. Los humildes, los pobres y los desposeídos, a quienes lleva siempre en su corazón, parecen entenderlo con meridiana claridad, mientras que la mayor parte de los periodistas no se cansan de atribuirle simpatías ideológicas –es decir, ¿este Papa es de izquierdas o de derechas?- . Precisamente por eso, los abrazos de los últimos son tan cálidos, sus bailes tan festivos y sus rostros tan brillantes.