Iglesia en salida a lo político


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Ha regresado la pregunta sobre el papel de la Iglesia en los enfrentamientos políticos. ¿Toma partido? Es lo que le reclaman los feligreses para que la Iglesia tome el partido que ellos han elegido. Cuando no lo hace la acusan de haber tomado partido. Ante esto una falsa prudencia aconseja no intervenir y esperar hasta que el proceso haya terminado.

El dilema es claro: o interviene y corre el peligro del partidismo que empequeñece su acción y la aleja de los que optan por otro partido; o no interviene y aparece calculadora e indiferente a la vida y riesgos de la población.

Son estas algunas de las consideraciones que ha provocado tanto el referendo catalán como la situación caótica de Venezuela o la presencia de Francisco en Colombia, para mencionar solamente los episodios más recientes y cercanos.

Es claro que no son asuntos que la Iglesia pueda eliminar de su agenda para ahorrarse problemas y que, como Iglesia en salida y sin miedo a ensuciarse, debe afrontar.

Los tres casos, el de Cataluña, el de Venezuela y el de Colombia, ilustran bien el problema y la respuesta.

Francisco impulsó una propuesta de diálogo en Venezuela. Les recordaba a los periodistas durante su vuelo de regreso de Bogotá a Roma: “Creo que la Santa Sede ha hablado fuerte y claramente. Lo que dice el presidente Maduro que lo explique él: yo no sé qué tiene en su mente. Pero la Santa Sede ha hecho mucho: ha enviado allí, en el grupo de trabajo de los cuatro expresidentes, un nuncio de primer nivel, después ha hablado, ha hablado con personas, ha hablado públicamente. Yo tantas veces en el ángelus he hablado de la situación, buscando siempre una salida, ayudando, ofreciendo ayuda para salir… No sé, pero parece que la cosa es muy difícil y lo que es más doloroso es el problema humanitario, tanta gente que escapa o sufre”.

Clara independencia

Casi simultáneamente el Papa incluyó en su agenda la visita a Colombia. Invitado por un presidente con un alto nivel de aprobación en el mundo y con un mínimo de aceptación en su país, el Papa debió mantener su posición de clara independencia, ante la posibilidad  de ser utilizado políticamente por su anfitrión o por la beligerante oposición. Esa doble posibilidad se mantuvo durante los cinco días de su visita.

El repaso que hoy hacen los colombianos de cada una de sus intervenciones públicas muestra una Iglesia conocedora de los detalles de la situación: polarización política, no escucha de las víctimas, incertidumbre inducida sobre la implementación de los acuerdos; indiferencia de la parte privilegiada de la población frente a las víctimas; intentos de convertir la justicia en venganza.

Como minas sembradas en el camino de la evangelización, Francisco las sorteó y dejó intactas sus orientaciones sobre cultura del encuentro, reconciliación, perdón, alegría y esperanza. Hoy existe la certeza de que la sotana blanca del Papa cruzó por la accidentada geografía política de Colombia sin romperse ni mancharse.

Como luz encendida

En estos días el nuevo desafío para la Iglesia son los resultados del referendo catalán en que  dos millones de personas votaron por su independencia respecto del Gobierno español. La Iglesia podía ser fuente de comunión o semilla de división; pero el tono lo marcó oportunamente la Conferencia Episcopal, que ofreció sus servicios de mediación para trazar vías de justicia, fraternidad y comunión.

Otras voces, como las de los religiosos y religiosas catalanes, profundizaron el énfasis en el diálogo sincero, como camino alterno al de la contienda electoral; aclararon, además, que no se trata de una disputa entre lo verdadero y lo falso, o entre lo correcto y lo incorrecto, sino que todas las soluciones son verdaderas y correctas; condenaron la innecesaria violencia de las fuerzas del Estado y estimularon una respuesta a la vez cívica y pacífica.

Con una proclividad propia de Francisco, valoraron el voto de los ciudadanos de a pie, descontaminado de intereses, y  movido por una búsqueda del bien común.

En los tres casos, la Iglesia ha dado el paso de salida a lo político, no para ser masa inerte y pasiva, sino para para dar lo que tiene, como luz encendida en lo alto de la montaña. Sí, es estar en la política, pero de otra manera.