Humanae vitae: cincuenta años después


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Cincuenta años después de la publicación, Humanae vitae se presenta a los ojos de los hombres de hoy de un modo completamente diverso: en 1968 era un documento valiente —y por lo tanto, controvertido— que iba contra el aire del tiempo, aquel de la revolución sexual, que para realizarla eran fundamentales un anticonceptivo seguro y también la posibilidad de abortar.

Era también el tiempo en el que los economistas hablaban de “explosión de nacimientos”, es decir, del peligro de sobrepoblación que amenazaba a los países ricos y podría disminuir su prosperidad. Dos fuerzas potentes, por lo tanto, se alinearon contra la encíclica: la utopía de la felicidad, que la revolución sexual prometía a cada ser humano y la riqueza, que hubiera sido la consecuencia lógica de una disminución de la población a gran escala.

Hoy, cincuenta años después, vemos las cosas de otro modo. Estas dos visiones utópicas se han realizado, pero no han traído los resultados esperados: ni la felicidad ni la riqueza, pero sobre todo nuevos y dramáticos problemas. Si la caída de la población en los países avanzados se está confrontando con esfuerzo con la llegada de masas de inmigrantes necesarios pero al mismo tiempo inaceptables para muchos, desde el control médico de los nacimientos se inició la invasión de la procreación por parte de la ciencia, con resultados ambiguos, a menudo preocupantes y peligrosos.

Anticonceptivos químicos

Hoy, cuando estamos pagando todos el coste de una brusca y fuerte disminución de la natalidad, cuando muchas mujeres después de años de anticonceptivos químicos no son capaces de concebir un hijo, nos damos cuenta de que la Iglesia tenía razón, de que Pablo VI había sido profético proponiendo una regulación natural de los nacimientos que habría salvado la salud de las mujeres, la relación de pareja y la naturalidad de la procreación.

Hoy que las chicas apasionadas de la ecología se dirigen a los métodos naturales de regulación de la fertilidad, sin siquiera saber que existe la ‘Humanae vitae’, hoy que los gobiernos tratan de realizar políticas que favorezcan la natalidad, debemos releer la encíclica con otros ojos.

Y, en vez de verla como la gran derrota de la Iglesia ante la modernidad difusa, podemos reivindicar la lucidez profética al comprender los peligros inherentes en estos cambios y felicitarnos, nosotros los católicos, por que una vez más la Iglesia no haya caído en la trampa tentadora de las utopías del siglo xx, sino que haya sabido comprender enseguida los límites y los peligros.

Métodos naturales eficaces

Pero pocos lo consiguen: para muchos es todavía difícil separarse de la vieja contraposición entre progresistas y conservadores, dentro de la cual la encíclica fue destruida sin comprender el espíritu crítico y la fuerza innovadora. Todavía ahora, ninguno parece recordar que, por primera vez, un Papa aceptó la regulación de los nacimientos y envió a los médicos a buscar métodos naturales eficaces.

Es muy importante, por eso, conseguir mirar la ‘Humanae vitae’ con ojos nuevos, ojos de seres humanos que viven en el siglo XXI, ya conscientes del fracaso de tantas utopías y de tantas teorías económicas que habían sido propuestas como infalibles.

Solo así podemos afrontar los problemas de hoy de la familia, el nuevo rol de las mujeres y las difíciles relaciones entre ética y ciencia, cuyas raíces están —aunque en algunos aspectos sin saberlo— en ese texto del lejano 1968.