Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Hay espacio para la humanización del mundo?


Compartir

La insistencia

Hace 7 días, el pasado 30 de julio, se celebraba por cuarta vez la Jornada Mundial contra la Trata de personas. El papa Francisco, que ha hecho de esta alarmante situación una de sus banderas reivindicativas hacía referencia a la cuestión una vez más. En el ángelus del domingo, el Papa definía la trata como “un flagelo que esclaviza a muchos hombres, mujeres y niños con fines de explotación laboral y sexual, tráfico de órganos, mendicidad y delincuencia forzada”. “Los traficantes y los explotadores también suelen utilizar las rutas de migración para reclutar nuevas víctimas del tráfico”, lamentaba, a la vez que recordaba que “es responsabilidad de todos denunciar las injusticias y oponerse firmemente a este crimen vergonzoso”.

Y en mismo lunes, cuando se celebraba el Día Mundial, volvió sobre el tema. Esta vez en Twitter:

Los pintalabios

Hay un texto que se ha hecho famoso desde que el popular graffitero Banski lo difundiese a través de su página web. Se trata del relato que un teniente coronel británica hace tras la liberación, en 1945, del campo de concentración de Bergen-Belsen. El militar, llamado Mervin Willett Gonin, refleja la necesidad de la humanización de aquellas mujeres cosificadas durante la guerra a través de un gesto que no pasaría hoy en día alguno de los filtros del feminismo más obtuso: unos lápices de labios.

Este es el texto completo:

Puedo dar una descripción adecuada del campo de horror en el que mis hombres y yo fuimos a pasar el próximo mes de nuestras vidas. Era sólo un desierto estéril, tan desnudo como un gallinero. Los cadáveres estaban por todas partes, algunos en pilas enormes, a veces solos o en parejas allí donde habían caído. llevó un poco de tiempo para acostumbrarse a ver hombres, mujeres y niños colapsados, ya que entrábamos para ayudarles a ellos, pero era complicado. un debía acostumbrarse en principio a la idea de que el individuo simplemente no contaba. Uno sabía que 500 personas morían cada día y que había sido así durante las semanas anteriores, sin que lo pudiéramos hacer tuviera el más mínimo efecto. Es, era…, no es fácil ver a un niño asfixiarse hasta morir de difteria cuando se sabía que una traqueotomía o una enfermera le salvaría, uno veía a las mujeres ahogándose en su propio vómito porque eran demasiado débiles para retornarlo, y los hombres comiendo gusanos, pudiendo coger media barra de pan, sólo porque tenían que comer gusanos para vivir y ahora y ya apenas podían notar ya la diferencia.

Los montones de cadáveres, desnudos y obscenos, o el de una mujer demasiado débil para ponerse a sí misma de espaldas a ellos mientras cocinaba la comida que le habían dado sobre un fuego abierto; hombres y mujeres abiertos de piernas en cualquier lugar al aire libre haciendo sus necesidades por la disentería que les recorría las entrañas, una mujer en pie desnuda, se lavaba con un poco de jabón en el agua de un tanque en el que flotaban los restos de un niño.

Fue poco después de la llegada de la Cruz Roja Británica, aunque no puede tener ninguna conexión, que llegó gran cantidad de pintalabios. Esto no era en absoluto lo que nosotros queríamos, estábamos pidiendo cientos y miles de otras cosas y no sabemos quien pidió lápiz de labios. Deseo tanto descubrir quién lo hizo, fue la acción de un genio, brillantez pura no adulterada. Creo que nada hizo más por esos internados que el lápiz de labios. Las mujeres estaban en la cama sin sábanas ni camisón pero con los labios rojo escarlata, las veías vagar por ahí sin nada más que una manta sobre sus hombros, pero con los labios rojo escarlata. Vi una mujer muerta en la mesa post mortem, y en su mano cogía un trozo de barra de labios. Por fin alguien había hecho algo para que fueran personas de nuevo, que se consideraran alguien, no sólo un simple número tatuado en el brazo. Por fin podían tener un interés en su apariencia.

Este lápiz de labios les empezó a devolver su humanidad.

La humanización del mundo se muestra en los grandes problemas, como en el caso de la trata de personas y sus profundas consecuencias, y en la vida cotidiana, cuando la dignidad de la vida se defiende con la pancarta del testimonio.