José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

Faustino Míguez y los pastorcillos de Fátima: santos sin peana


Compartir

Cuando a uno le hablan de la vida de los santos, se presupone la ñoñería y hasta el aburrimiento. Nada más lejos de la realidad. Los que uno conoce de cerca tienen el alma en Dios, pero los pies en la tierra. Lejos de toda peana.  Al menos, el padre Faustino Míguez, el nuevo santo español que ayer proclamó el papa Francisco. Escolapio gallego, se rebeló ante la injusticia cuando descubrió que las niñas de Sanlúcar de Barrameda no tenían colegio. Ellos, sí. Un cura defensor de los derechos de la mujer a finales del siglo XIX, para acabar con todo cliché gratuito.  Así cambió aquella realidad, fundando una escuela que pronto daría lugar al Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pastora.  Encontrando a Jesús en los últimos, en los sencillos. En esos pequeños, como aquellos pastorcillos en los que se fijó la Virgen en Fátima. Lucía, Jacinta y Francisco. Nada de bucólico en aquellas escenas. Solo la podredumbre de unos chiquillos que supieron estar al quite. En una cueva sin estalactitas de aúpa. Allí tampoco había peana alguna. El secreto de la santidad.

Trump: presidente en prácticas, también con Francisco

Primero fue no. Ahora, se verá. El presidente de Estados Unidos lanza promesas electorales y juega con globos sonda. Se dice, se desdice o le desdicen. En uno y otros asuntos. Ahora el Papa está en el horizonte. Al principio parecía ignorar que a pocos metros del lugar de encuentro entre los poderosos en Roma, hay un estado llamado Vaticano. Como si no existiera. Un desprecio ante la denuncia constante de Francisco contra todo muro, contra todo conato de guerra. El portavoz de la Casa Blanca anuncia que han pedido cita. No verán un muro.

¿Qué sería de Madrid sin la vida consagrada?

Apertura de la Jornada Nacional de Vida Consagrada, organizada por el Instituto Teológico de Vida Religiosa. Toma la palabra el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro. En siete puntos respalda a los religiosos, su ser y hacer. Sin condicionantes. Sin advertencias. Sin cuestionar nada ni nadie. Sin cebarse en debilidades. Los tiempos han cambiado. Con un “gracias” por delante y un ejercicio de humildad a continuación: “A veces me pregunto qué pasaría en algunos lugares de Madrid si faltara la presencia de la vida consagrada…”.