Explicar los cambios


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La Iglesia en su conjunto y las Iglesias particulares, cada una según sus características especiales, se encuentran en un proceso de cambios profundos. Son desafíos que plantean, por una parte, la realidad del mundo en el que vivimos y, por otra, las palabras y los gestos del papa Francisco. Desde la misma Sede de Pedro se escuchan día a día los llamados a llevar adelante transformaciones audaces en la manera de organizarse, de hablar, de proclamar, vivir y celebrar el Evangelio. Reiteradamente los bautizados somos urgidos a llevar a la práctica en nuestro tiempo las exigencias que brotan de las enseñanzas de Jesús.

Esta enorme transformación a la que estamos invitados o, para usar términos más evangélicos, esta conversión, este cambio de punto de vista y de vida concreta que se nos está demandando, necesita no solo de exhortaciones y expresiones de deseos papales. Toda la comunidad debe ponerse en movimiento hacia ese objetivo que se propone. No son suficientes ni las convocatorias de Francisco ni los buenos deseos de la inmensa mayoría del Pueblo de Dios, es necesario poner manos a la obra. Pero entre la exhortación al cambio y su ejecución en ineludible un paso intermedio: saber concretamente qué hacer y cómo.

Parece faltar un trabajo de análisis, de conocimiento de cada realidad, de aprendizaje. Esa conversión a la que nos urgen los tiempos y el Evangelio, además de consejos piadosos y buenos deseos necesita de explicaciones más precisas, de reflexiones comunitarias que permitan vislumbrar caminos concretos. Esa tarea ya no es del Papa sino de las comunidades. Pastores, laicos, religiosos, sacerdotes, todos los miembros de cada comunidad, necesitamos entender, ponernos de acuerdo en temas precisos, revisar nuestro lenguaje, fijar prioridades, fortalecer los vínculos, renovar la espiritualidad, en algunos casos sentarse a estudiar temas en los que somos ignorantes.

Difícil, pero necesario y urgente

La conversión implica un cambio en la mirada, en el punto de vista, en la manera que tenemos de observar la realidad. Como no podía ser de otra manera, el Papa nos recuerda que la realidad debemos mirarla desde el Evangelio, a la luz de las enseñanzas del Señor, pero a esa afirmación obvia agrega algo que no es un detalle sin importancia: debe hacerse desde la periferia de nuestras comunidades, desde las necesidades de las personas, no desde las urgencias de las instituciones. Ese “detalle” no es un invento de Francisco, es la manera en la que Jesús mismo observa y actúa. Lo que impulsa al Señor es su amor por los hombres y mujeres; en ningún momento se lo ve preocupado por “preservar las instituciones”. No desprecia las instituciones, las pone en su sitio: “el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado” (cf Mc. 2,27).

Esa manera de ver del Señor suponía, en su contexto, un cambio en el “punto de vista” absolutamente revolucionario: se atrevía a poner en cuestión instituciones como el Templo y el Sábado, algo inimaginable para los judíos de su tiempo. Lo hacía poniendo por encima de las instituciones el dolor, el abandono, la explotación, la ignorancia; y toda la larga lista de las necesidades de las personas concretas.

Estamos invitados a recorrer ese camino. El Papa, como buen pastor, se ha puesto al frente y señala la dirección, pero es imperioso caminar, ponerse en movimiento. Eso no lo puede hacer el Papa en soledad; es la hora de las comunidades, de las diócesis, de las conferencias episcopales. Allí es donde son necesarias las explicaciones sobre lo que no se entiende, la búsqueda en común, el estudio, la reflexión. Para expresarlo en términos más eclesiásticos: allí es dónde es necesario el camino sinodal, caminar juntos. Tan simple de decir y tan difícil de hacer, pero necesario y urgente.