Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Estamos perdiendo la noción de belleza?


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Los turistas

Además de las retenciones que deja la operación salida, las aglomeraciones en las playas, las colas en estaciones y aeropuertos a las que suma la penúltima de las huelgas en el sector servicios… la temporada vacacional es un tiempo destacado para cultivar las aficiones culturales. Escuchar música, leer, ir al cine, espectáculos en directo y conciertos son los datos más destacados en el último informe de hábitos y prácticas culturales de los españoles elaborado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

Los datos indican, también, en qué medida no solo se disfruta del arte de los demás, sino que cada vez son más quienes se decantan por la creación cultural.

A un 28,9% le gusta dedicarse con cierta dedicación a la fotografía y un 13,7% a la pintura o el dibujo. También son algo relevantes los datos de quienes cultivan su afición por escribir (un 7,8%), o las vinculadas a las artes musicales –según los datos, un 7,8% toca algún instrumento y el 2,4% canta en un coro–, así como las relacionadas con las artes escénicas, el 2,2% hace teatro y el 4,9% ballet o danza.

Las propuestas de los museos, cada vez más atractivas y siempre a la búsqueda de ofrecer una calidad superior, son bien recibidas entre turistas de aquí y de allá. Por quedarnos solo con un dato, el Museo del Prado, en Madrid, el pasado mes de junio superó el millón y medio de habitantes, lo que hace suponer que se superarán los tres millones del año pasado…

Esta realidad creciente nos deja un escenario en el que el arte, impuestos culturales aparte, no es solo una cuestión del pasado.

La esencia

El filósofo marxista Walter Benjamin reflexionaba, en 1936, sobre el impacto del cine o la fotografía como exponente de la industrialización que amenazaba con la singularidad y la experiencia de lo irrepetible que está en la esencia de una obra de arte. Sobre estas y otras cosas divagaba en una serie de escritos que se han llamado ‘La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica’.

“En la época de la reproducción técnica de la obra de arte lo que se atrofia es el aura de ésta. El proceso es sintomático; su significación señala por encima del ámbito artístico. Conforme a una formulación general: la técnica reproductiva desvincula lo reproducido del ámbito de la tradición”, escribe hablando de la politización del arte, utilizando conceptos tan poco materialistas como el “aurea” que desprenden las obras de arte clásicas.

Frente a esto, la tradición filosófica griega –que luego ha heredado el cristianismo, aplicando la categoría de Belleza a Dios–, sitúa el sentido de la belleza más allá de las obras de arte o la propia creación.

Sin duda, Platón es una gran teórico sobre la idea de belleza y cómo esta se imprime en las realidades que vemos. Aristóteles, para quien el estudio de la belleza forma parte de la llamada “filosofía primera” que sustenta todo, sostiene que el pensamiento nace de la admiración. Contemplando la realidad, se puede admirar el orden que la sostiene, frente al caos. Esta es la tarea del filósofo, que encuentra su mejor ejemplo en la contemplación estética, así podemos sentir admiración ante un cielo repleto de estrellas, ante la belleza de una sonrisa, la complejidad del ojo humano o la maldad de una venganza. Aunque para descubrir esa belleza interior, no basta con mirar, además hay que saber mirar. Quizá sea esto una de las cosas, que diferencia a las personas de los animales, la capacidad para contemplar la belleza.

Lo feo

Sin embargo, entre quienes contemplan la moda que se ve en las calles, las tendencias de las ferias de arte contemporáneo o determinados productos que se presentan como culturales en pantallas o escenarios… hay muchos que parecen identificar una tendencia a lo feo, a lo excesivo, a lo cursi, a lo friqui, lo efímero… como una pérdida del sentido de la belleza. De ser un concepto sólido y profundo en la tradición filosófica, la belleza se queda reducida a la sección de maquillajes, a los quirófanos de los cirujanos plásticos o a los salones de peluquería y esteticién.

Aunque el cine y la literatura fantástica se llene de horrendas criaturas como orcos, dragones, trolls, trasgos o brujas… o la obra de Marcel Duchamp se reduzca para muchos a un urinario en una galería de arte, la búsqueda de la belleza se muestra como insistente en cada época, a pesar de las provocaciones de críticos o creativos. Lo clásico y lo nuevo se fusionan cada día y la criba de la historia hará su tarea como siempre ha ocurrido. Por mucho que pensemos que la belleza no es lo que era.

Como recuerda Umberto Eco en su ‘Historia de la fealdad’, frente a la pretensión griega de encontrar un canon de belleza ideal para sus estatuas, Marco Aurelio y los estoicos reconocieron que también lo feo, las imperfecciones como las grietas en la corteza del pan, contribuyen a la complacencia del todo. Esto también lo heredó la reflexión cristiana, para la que estas imperfecciones no eran más que un elemento que contribuye a la armonía del universo en el que se descubre la idea de Dios, un Dios que se presenta a través de la belleza.