El sentido de lo que hacemos


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Las transiciones nos llevan a replantearnos las cosas. Lo mismo da si es cambio de gobierno, entrada a la universidad, cambio de trabajo o mudanza. Nos preocupa y ocupa respondernos a qué nos dedicaremos, si nos irá mejor o peor en el nuevo contexto. Revisamos lo que logramos y quizá hasta nos preguntemos por qué hacemos lo que hacemos. En las verdaderas transiciones nos sacudimos las trivialidades, las cosas importantes pasan a segunda prioridad y nos reenfocamos en el quehacer central de nuestra existencia. Entonces nos preguntamos ¿Qué sentido tiene mi caminar?

No hay de otra

La respuesta de botepronto no es ideal. Suele suceder que nos limitamos a hacer lo que nos toca o le entramos a la tarea porque no nos queda de otra. Es un tercero quien decide mi rumbo, usurpando mi derecho y mi lugar. Dicen que este escenario se llama esclavitud y que quizá entré allí por propia voluntad.

Mis opciones son de mínimo esfuerzo o de auto liberación. Optar por que mi vida sea dirigida por prioridades ajenas es vivir enajenado. Me enajeno en la televisión y en las redes, en el nuevo celular o el viaje que sigue, por lo que hace mi nuevo jefe y también porque no llega el viernes. Opto porque cualquiera de ellos decida el sentido de lo que hago. Este escenario es a la vez trágico y cómodo. Es estereotipo Godínez, zombie o de rebelión de masas (Ortega y Gasset, 1929). Es mirar el sentido de mi vida ausente o dependiente de una ajena y escasa gratificación. Pero puedo optar también por la autoliberación. Puedo ponerme a pensar y ejercitar mi voluntad. Salir de deudas, dejar el vicio, alejarme de quienes quieren verme pequeño y despojarme de mis ideas autolimitantes.

Mi vida, obra maestra

Si bien el hartazgo me impulsa a salir del encierro, el creciente aprecio por mi persona consolida la autoapropiación. Aprendo a entender mi entender, piloteo mi libertad, mis emociones responden con discriminación perceptual perfecta a la realidad y me reconozco parte indisoluble de una Grandeza Infinita. Gradualmente me aprecio más, desde los dedos de los pies hasta el último de mis cabellos, incluyendo esa lonjita que no me gusta, mi humor extravagante o cualquier otra peculiaridad.

Y entonces surge una nueva disyuntiva, autogratificación o colaboración. Puedo optar por mi vida de auto apapacho en un nuevo escenario, ahora más valiente y decidido. No me preocupa el cliché del ‘bon vivant’, o de genio incomprendido. Me vale que digan que vivo con mi pareja un egoísmo a dúo, pues así podré vivir enfocado -en mi desarrollo y gustos- el resto de mis días. Después de todo para eso me he fletado, y muy duro. Pero quizá me tope con un perfecto extraño y decida asomarme a su vida, quizá pueda descubrir su valía, aunque no me aporte nada. Y entonces todo cambia.

Herido de humanidad

Descubrir vida inteligente en otros mundos es el inicio del encuentro. Luego, el aliento por lo universal expande la esfera de la conciencia colectiva. Avanzo por caminos de indiferencia, tolerancia, respeto, acuerdo y empatía, para arribar al aprecio por todo lo que nos une y complementa. El arte, el conocimiento, la sociedad y el mundo entero se vuelven espacios inabarcables de azoro y de shock. Me uno a colaborar con causas que encienden mi fuego, ya sea porque lo viví o porque soy solidario con mi hermano. Cuando descubro que hay mas valores, además de los míos, quedo herido irremisiblemente de humanidad.

Entonces, una nueva bifurcación se aparece en mi camino. Rivalidad de causa o integralidad. Puedo optar por trabajar exclusivamente en mis convicciones, pues me consta que responden a los dolores del mundo, así tenga que oponerme a quien sea y dejar la vida en ello, o quizá acaricie la idea de que mi sentido y el de otros cobran mayor Sentido, si se observan en lo general.  En el primer caso solo habré de asegurarme que mi caminar no es amargura desplazada ni compensación y en ello encontraré paz. Lo segundo abre la puerta a un nuevo ciclo de aventuras, y con ello todo cambiará. Una vez más.

Cuestionarme por qué hago lo que hago es tarea vital. La interrogante es incómoda, pues me saca del enajenamiento, la autocomplacencia o la convicción. Solo en mí está responderme con la verdad. Y esa verdad me hará libre (Jn 8,32).

Referencia. Ortega y Gasset, J. (1929). ‘La rebelión de las masas’.  Cd. México: Austral