El caso Ratisbona en los medios: dos varas de medir


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Hace unos días el Corriere della Sera reconstruía con cierta relevancia la historia de un hombre que dijo haber sufrido agresiones y violaciones en un cuartel en los 80. Aquello fue tan duro que lo silenció durante mucho tiempo en su subconsciente. A pesar de la gravedad del caso y la dificultad para la recuperación física y psicológica, la víctima fue invitada por los superiores militares a guardar silencio, para no manchar el buen nombre del ejército. Y obedeció, esperando a ser escuchado.

El artículo no fue seguido con indignación colectiva alguna, no se reclamó ninguna denuncia  ni reprobación al ejército que acabara en la apertura de una investigación del caso, a pesar de que se sabe que no se trata de un suceso aislado, sino que forma parte de un lamentable ritual de iniciación. Hechos como este ocurrieron, y existe el temor fundado de que siguen sucediendo en otras instituciones fuertes, incluso en el ámbito escolar, tanto en los famosos internados británicos como en las elitistas escuelas italianas. Esos perversos ritos de iniciación fueron fruto los liquidó con un simple comentario el periódico “Fatto Quotidiano” mientras que no duda en referirse a los seminarios como fábricas de pedófilos.

Y es que ha sido muy diferente  la atención que los medios de comunicación han dado a la triste historia de los pequeños cantores de Ratisbona: un amplio espacio y titulares, denunciando 547 casos de malos tratos. De hecho, en muchos de los medios a menudo han dado a entender que eran casi seiscientas violaciones, mientras que los casos de abuso sexual durante casi medio siglo han sido 67.

Es necesario subrayar que se trata de abusos particularmente despreciables -pero ciertamente menos grave de las violaciones- por parte de los profesores. Y, sobre todo, para entender que no era una exclusiva, sino el resultado de una rigurosa investigación ordenada por el obispo de la diócesis, por lo que la Iglesia misma ha decidido a llegar al fondo de rumores y denuncias sobre este escándalo.

Nadie duda de que se trata de actos innobles y vergonzosos, que deben ser castigados, y especialmente prevenidos. Sin embargo, este noticia se ha contagiado de cierta manipulación mediática, generándose una percepción diferente ante incidentes similares: se es tolerante con la vida militar y los excesos de una novatada que degenera en violencia, mientras se dirigen con extrema gravedad hacia la institución eclesiástica.

Por otra parte, el cliché de presentar a la Iglesia Católica como fuente de todos los males forma  parte de la experiencia cotidiana y predispone a la opinión pública para considerarlo como algo normal. Un reciente ejemplo italiano: en la televisión pública, en horario de máxima audiencia, un programa presentó el caso de una familia de dos madres con cuatro hijos de tres a diez años. El entrevistador se mostró predispuesto a acoger con evidente agrado todos los aspectos positivos  – la pareja vivía inmersa en una felicidad perfecta y los niños estaban felices y buenísimos- y evidenciaba el dolor ante la negativa de que las mujeres no pudieran ser consideradas madres de los cuatro hijos, insistiendo en la idea de que todos los niños eran hermanos.

¿De quién era la culpa de esta evidente injusticia? Del Vaticano, por supuesto. El hecho de que si situación responde a una ley del estado italiano y que también hay muchos laicos que se oponen al reconocimiento legal de las familias homosexuales fue olvidado inteligentemente. Resultaba más fácil, y gran parte de la audiencia presumiblemente convencida, utilizar el viejo truco de culpar a todo lo la Iglesia.

Por supuesto, como bien sabemos, la Iglesia es una institución especial, y con razón, se le exige una ejemplaridad absoluta, pero el uso constante de dos varas de medir para juzgar su comportamiento y atribuirle responsabilidades no beneficia a nadie. No contribuye a promover la transparencia ante los problemas, pero no ayuda especialmente cuando lo que se busca es eliminar las injusticias, castigar a los culpables de los abusos y la violencia, para evitar que estos hechos sucedan.