Dos miradas sobre Venezuela


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El Papa ha mostrado su preocupación sobre Venezuela a través del cardenal Parolin, su Secretario de Estado; también ha hecho suya la voz de los obispos; ha promovido comisiones de diálogo;  recibió en el Vaticano al presidente Nicolás Maduro; pero han sido tentativas inútiles, aunque igualmente claras. El Papa ha insistido en que un diálogo sincero sería el comienzo de la solución y ha quedado demostrado que el diálogo insincero solo ha agravado el conflicto, que restituir la Asamblea Nacional, liberar a los dirigentes opositores presos y convocar a elecciones serían gestos inequívocos de paz.

Los jesuitas venezolanos fueron claros: “nos enfrentamos a una dictadura”, dijeron cuando solo se hablaba con timidez de políticas antidemocráticas. “Nos estamos deshumanizando y hundiendo en la irracionalidad”, denunciaron sin atenuantes.

Sin embargo, algún medio de prensa lo dijo, como un latigazo, después del NO del Papa a la Constituyente: “El Papa se preocupa después de 145 muertos”.

El partido de las víctimas

Aunque el Papa ha sido cuidadoso de mantenerse solo en el partido de las víctimas y los más pobres; los partidos en que se dividen hoy los venezolanos o se esfuerzan por ponerlo de su lado o lo atrincheran como su enemigo.

Dicen verlo como aliado del imperialismo que “ataca a un pueblo que se defiende de la agresión capitalista y neoliberal”.

Según la visión de estos venezolanos, “ellos son un pueblo que preserva su valor revolucionario con los mecanismos que les da la Constitución”.

Hoy circula profusamente en Venezuela un memorando que fue calificado como “secreto”, producido por el presidente Eisenhower para iniciar el bloqueo a Cuba mediante “el debilitamiento de la vida económica, la negativa de dinero y bienes, para causar hambre y desmanes y la caída del Gobierno”.

La opinión oficialista venezolana encuentra un revelador paralelismo entre la lucha de los cubanos y la de los venezolanos, acosados por el imperio, que con millones de dólares hoy apoya la oposición y fomenta la crisis del país. En estas condiciones, concluyen, “la Iglesia le está dando cara religiosa a los objetivos de la dominación”.

El rechazo papal a la constituyente, a su vez,  fue calificado como “intromisión de un Estado en la lucha política de otro”.

Regreso anacrónico

Son dos maneras de ver el mismo conflicto: para el Gobierno y sus defensores la suya es una lucha contra un agresor que quiere apoderarse de su riqueza petrolera; la prensa, según ellos, comprada por la oposición se ha encargado de desfigurar hechos como el de las largas colas para adquirir alimentos. Según explican, los industriales no surten el mercado para crear una crisis artificial; otra explicación desafía la imaginación:  el venezolano, dicen, ama comunicarse fuera de casa y nada mejor que las colas de los supermercados.

Es el regreso, que suena a anacronismo, de la antigua batalla entre comunismo y capitalismo, cuando  ya los regímenes inspirados por estas ideologías han dejado al descubierto sus errores y debilidades.

La invocación de la Teología de la Liberación a la que acudieron algunos defensores del régimen tuvo el propósito de mostrar como incoherente la posición del Papa; pero obispos y sacerdotes han coincidido en señalar que la posición oficial no solo implica una ruptura del orden institucional que viola los derechos humanos y la Constitución, expresiones del jesuita Luis Ugarte, sino que es el paso desde lo totalitario a lo dictatorial, según el teólogo, también jesuita, Pedro Trigo.

La revista SIC de los jesuitas ha llamado pecado estructural al de “un sistema que niega las mínimas condiciones de vida a la población y que reprime salvajemente las expresiones de malestar y descontento”. Concluye: “desde nuestra fe cabe señalar este hecho como pecado estructural, o pecado institucional”.

Ya antes el papa Francisco, desde Cuba, había advertido contra el peligro “de imponer la propia  idea sobre las personas y su dignidad”, que es la explicación que el régimen venezolano  se niega a considerar.