Desconfiar de la Iglesia


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Nuevamente, Francisco, desafiante, impacta con una frase destinada a sacudir la tranquilidad de quienes viven una fe cómoda y, por lo tanto, superficial: “Una Iglesia sin mártires produce desconfianza; una Iglesia que no arriesga produce desconfianza; una Iglesia que tiene miedo de anunciar a Jesucristo y de expulsar a los demonios, a los ídolos, al otro señor, que es el dinero, no es la Iglesia de Jesús”. Lo dijo el Papa en una homilía en la que recordaba a monseñor Romero, durante la misa que celebra en Santa Marta.

Varias lecturas son posibles de esa frase. La primera es que “esa Iglesia”, la que produce desconfianza, existe. Eso es lo primero, y más importante, que queda dicho implícitamente.

La afirmación, en boca de un Papa, tiene una trascendencia inusitada que no puede dejar a ningún cristiano indiferente. ¿Cómo es la Iglesia a la que pertenezco? ¿Cómo es mi comunidad? ¿Una comunidad que “produce desconfianza”?

Hasta ahora estábamos acostumbrados a suponer que quienes estaban “lejos de la Iglesia” tomaban esa distancia por una decisión personal relacionada con el poco interés o la elección de otro tipo de compromisos. Francisco ahora pone en escena la posibilidad de que esa distancia sea fruto de una desconfianza que tiene su origen en actitudes, gestos, palabras o silencios de la misma Iglesia.

¿Un problema del otro, o un desafío para mí?

Probablemente, la frase sorprenda a quienes no perciben esa desconfianza, a aquellos que, aunque están en un contacto directo y cotidiano con personas que se mantienen a prudente distancia de la Iglesia, no atribuyen esa distancia a su propia actitud, sino a una decisión de quienes eligen otro camino. Es más cómodo pensar que esa distancia es un problema “del otro” y no un desafío que se le plantea a uno mismo.

Cuando el Papa usa la expresión “desconfianza” para describir esa tierra de nadie que rodea a muchas comunidades, esa distancia –que a veces parece un abismo– que hay entre la vida que se desarrolla “puertas adentro” y la vida que se extiende y multiplica “afuera” está invitando a un cambio en la percepción que tenemos de nuestra propia comunidad. ¿Generamos desconfianza? ¿Por qué?

Francisco responde a ese “porqué” de manera sorprendente: el origen de la desconfianza está en la ausencia de mártires. Lo que genera desconfianza es una Iglesia cómoda y bien instalada en una sociedad a la que no cuestiona y en la que no genera rechazo, tensión, discusión, preguntas, sino solamente dudas y suspicacias con respecto a sus verdaderas intenciones, que eso es la desconfianza. Una Iglesia por una parte crítica de la cultura y la sociedad y, por otra parte, aprovechando y disfrutando de todas las ventajas que ofrece la pertenencia a esa sociedad.

Expulsar el miedo y los ídolos

El Papa que promueve la revolución de la ternura nos propone una Iglesia de mártires. Puede parecer una contradicción, pero no lo es. El encuentro entre Pilatos y Jesús es un encuentro entre la injusticia y la ternura. El martirio del Señor en la cruz es el asesinato de la ternura. Curiosamente, recuperar la confianza de quienes desconfían requiere llamar a las cosas por su nombre y poner distancia con respecto a las mentiras de una cultura que sabe que miente y está esperando que alguien diga verdades en los tiempos de la postverdad. Implica, entre otras cosas, dejar de llamar “amor” y “ternura” a ese sentimiento que se nos quiere vender con esos nombres y que es solamente egoísmo disfrazado. Pilatos también “amaba”, amaba el poder y su propia conveniencia.

Francisco dice: “Una Iglesia que tiene miedo de anunciar a Jesucristo y de expulsar a los demonios, a los ídolos, al otro señor, que es el dinero, no es la Iglesia de Jesús”. ¿Qué se nos está proponiendo? ¿Una Iglesia que expulsa?, ¿una Iglesia que ve a los que no pertenecen a ella como endemoniados, idólatras, materialistas? ¿De esa manera se recupera la confianza?, ¿qué es lo que hay que expulsar y de dónde?

El Papa nos llama a expulsar ¡de la Iglesia! el miedo, los demonios, los ídolos, el dinero… ese es el martirio, ese es el camino que se nos propone para recuperar la confianza que permita el diálogo que, a su vez, permita abrir los caminos de la evangelización.