De pregones y performances


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Ya veis, hay unas fiestas y en alguna parte de nuestro mapa surgen algunas personas que aprovechando el pregón o la chirigota se meten de una manera tan grotesca e insultante con la Iglesia y con nuestros iconos religiosos, que nos sentimos abofeteados, humillados e injustamente maltratados. También hay algunos artistas que nos hieren con sus representaciones festivas o con sus performances, es decir el espectáculo vanguardista, donde se combinan elementos artísticos de diversos campos: teatro, danza, artes plásticas… El vanguardismo es una terminología de la edad media que designa un modo de lucha en la batalla. A partir de la primera guerra mundial encarna en el arte la ruptura con la norma establecida, con lo academicista, como un intento de desavenencia, novedad y experimentación. Ni el color, ni la composición, ni el lenguaje estético se mantendrán en los límites aceptados y se presentará como una lucha ideológica en toda regla. La performance o es de alguna manera una provocación o no es nada.

Supongo que todos estos pregoneros, actores y artistas, actúan a modo de catarsis y de enfrentamiento a una sociedad por la que se sienten maltratados, y lanzan sus soflamas a modo de un grito desgarrador o quizás buscando un lugar en medio de la pomada artística y cultural del momento.

La trasgresión religiosa, del mismo modo que verbalizar una blasfemia, no necesita de mucho intelecto en su realización. Es más difícil hacer una apuesta creativa que, además de denunciar, proponga un camino nuevo, y si la propuesta es artística, mejor que mejor. Pero herir por herir, aparte de ser moralmente inaceptable y en este caso de mal gusto, no deja más que sensibilidades a flor de piel, incomprensiones y resentimientos, incluso de los que deberíamos poner la otra mejilla.

La mejor respuesta es el testimonio

Y entre los que formamos la Iglesia que, como es natural, no nos va para nada la profanación de los símbolos religiosos –de nadie–, mucho menos el insulto y la parodia de lo que nos representa y amamos. Y aquí viene la disyuntiva: ¿Qué hacer ante la agresión? ¿Dónde debemos poner los cristianos los límites a la reacción? ¿Debemos callar para no hacer más famoso al que busca notoriedad? ¿Debemos denunciar o hablar, para no denotar pasividad o, como dicen algunos, falta de valentía y demasiado pensamiento débil? Yo personalmente no creo ni en los Guerrilleros de Cristo Rey, ni en los de Alá, y pienso que la mejor defensa no es la reacción, sino el testimonio esperanzado y la propuesta creativa. Y digo esto, porque en nuestras respuestas estamos poniendo mucho en juego.

Últimamente me bombardean al móvil con desgracias que ocurren a los cristianos en cualquier parte del mundo, noticias incluso que se dan como actuales habiendo ocurrido hace dos, siete o más años, martirios de comunidades enteras, insultos a la Iglesia y a la fe de personalidades de la cultura, agresiones en las universidades, performances y profanaciones varias, violaciones de religiosas… y pienso: ¡nos quieren provocar! ¿Qué pretenden algunos grupos que saliendo a la defensa de la fe nos alientan a responder casi con las mismas armas que los provocadores: el odio, la revancha, el insulto, el no hay derecho…? Nuestra respuesta ha de ser en justicia y evangélica, o mejor callar y orar por los enemigos, que eso sí que es un mandato del Señor.

¡Animo y adelante!