Cuando una mujer finge ser hombre para hacer de párroco


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La trama de la novela de Anne-Isabelle Lacassagne “Des femmes en noir” (Rouergue) se revela desde el principio: un cura de unos sesenta años en una parroquia francesa modesta llamado Pascal Foucher querido por todos sus feligreses, muere por enfermedad. En realidad, era una mujer.

Esta circunstancia es revelada por el médico que firma el certificado de defunción y se lo entrega a la canciller de la diócesis. El informe se le entrega de inmediato al obispo que decide abrir una investigación antes de dejar caer en el olvido la noticia. Tal vez alguien sabía de esta situación anómala, tal vez hubo cómplices.

Pero hay otra cuestión, aún más interesante, flota en el aire e intriga especialmente a la canciller: ¿por qué lo hizo?. La respuesta – que el obispo y su adjunto creen saber de antemano – parece obvia: para acceder al ministerio sacerdotal, burlando el derecho canónico. Los clérigos siempre piensan que las mujeres están llenas de envidia por el orden sacerdotal. Es lo único que todavía hoy está cerrado para ellas.

Pero la canciller, que es esposa y madre, y buena conocedora del engranaje de la iglesia, se da cuenta de que este no es el motivo y decide indagar más. La investigación le fue confiada a ella, pero bajo el control de otro pastor, fiel e inteligente, pero, desde el primer momento rígido y autoritario, especialmente intolerante al admitir y reconocer  la colaboración de una mujer.

El libro es la historia, apasionante y a menudo hilarante, de cómo se elabora el informe. Viajes a buscar los orígenes de Pascal, reuniones para hablar de él con su familia de acogida, con los compañeros de clase en el seminario y sus profesores. No queremos quitar el lector el placer del descubrir el final, pero anticipamos las conclusiones que podrían pensarse: no hay un proyecto feminista detrás de la curiosa trama, ninguna reivindicación relacionada con una institución a desenmascarar o intento de engaño para demostrar la debilidad de la Iglesia. Sólo hay una mezcla de los acontecimientos humanos dolorosos, un intento de salvarse de una sociedad que no tuvo piedad ante dos huérfanos, un niño y una niña, que crearon una alianza de hierro para resistir a presiones externas e imposiciones temidas y aborrecidas .

La historia no tiene un fin reivindicativo, no es un manifiesto a favor de las mujeres sacerdotes. Por el contrario, la historia de Pascal que queda al descubierto después de la muerte se asemeja más a la leyenda bizantina sobre Marina, en la que una mujer, tuvo que hacerse pasar por monje, algo que solo se descubrió después de su muerte. En estos textos bizantinos, simular la identidad sexual no se considera como un delito, sino más bien algo así como un tipo de ascetismo  que justifica una biografía hagiográfica.

Si en el mundo bizantino estas historias sirvieron para estimular la creación de monasterios femeninos, la apertura a las mujeres a este camino espiritual tal vez hasta alcanzar la santidad, en este caso la autora tiene la intención de señalar la riqueza de la aportación femenina a la vida de la Iglesia, y para demostrar la fecundidad de las relaciones – intelectuales y espirituales – entre hombres y mujeres.

La difícil colaboración entre el rígido sacerdote cura y canciller de hecho termina con un abrazo en el momento de la dispersar las cenizas de Pascal, un abrazo que indica no sólo el final de sus diferencias, sino también un descubrimiento mutuo de las otras razones que contribuyeron, en la misma medida, pero de una manera diferente, a resolver el problema.

Y sobre todo la fe pacífica y simple del padre Pascal, que antes de morir siempre le decía a una de sus amigas que su Iglesia siempre sabría cómo tratar con estas cuestiones: con la discreción habitual, sino también con misericordia hacia todos.