Cuando el político es mi pastor


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Cuando uno ve que en el presupuesto político los grupos cristianos están sumando, no sabe si ésta es una buena o mala noticia.

Fueron una fuerza definitiva a la hora de explicar los resultados del plebiscito. Los movilizaba la defensa de la familia, a la que veían en peligro si triunfaba la ideología de género. Al comprobarse que esa ideología nada tenía que ver con los acuerdos, se mantuvo, sin embargo, esa vaga defensa de la familia, convertida en argumento político.

Mientras tanto, la Iglesia Católica tomó otro camino, que la apartó de la opción política de los grupos cristianos. Se mantuvo en una situación de no afiliación al Sí o al No, que le permitió difundir e impulsar la libertad de conciencia de los electores. Fue mal comprendida esa posición.

Le oí explicar a monseñor Luis Augusto Castro que los obispos no habían querido llevar rótulo político alguno y que habían preferido defender la libertad de conciencia de todos los votantes. Una actitud que sucede a la vieja equivocación de toma de partido político con el argumento de que debían combatir los viejos enemigos de la Iglesia: comunismo, masonería, liberalismo. Esta es una historia que quedó atrás junto con las voces beligerantes de obispos que hicieron de su actividad pastoral unas batallas sin fin y sin buen resultado alguno.

Para la Iglesia Católica es una buena noticia ese alejamiento de los partidos.

Pero esto no significa ni indiferencia ni pasividad frente a los asuntos públicos. La necesidad de la paz, la corrupción, la injusticia con los trabajadores como parte de un buen negocio, el rechazo de los inmigrantes, todas son causas sociales, susceptibles de convertirse en causas políticas.

El creyente no puede estar ausente de estos y de otros debates parecidos. La fe en Cristo no puede quedar en un minúsculo asunto privado; la fe es una visión que incluye toda la vida, hasta la vida pública. “Cuando uno cree y espera, cree y espera para todos”, es la expresión que utiliza Miguel Yaksic, el teólogo chileno.

“No debería existir contradicción alguna en ser profundamente creyente y comprometido con su fe y al mismo tiempo un ciudadano democrático consecuente”, expresa Yaksic al dar cuenta de las polémicas sobre religión y política. Unos y otros, religiosos y políticos, aumentan sus sospechas al examinar el fenómeno. Sin embargo, el asunto es claro. La fe cristiana ilumina la totalidad de la vida humana. “Lo que demandamos al nivel político es hacer conciencia de lo que somos. Al traer nuestras convicciones a la vida pública no imponemos nada, solo descubrimos quiénes somos”.

Es una buena noticia que la Iglesia Católica se aleje de los partidos

Los intentos que hubo en la historia de transmutar la fe cristiana en partido político ha demostrado que no es esa la forma en que la fe cristiana puede hacer presencia en la vida pública.

Cada vez que ha sucedido, la fe cristiana ha perdido universalidad, es decir, ha dejado de ser una opción para todos y ha quedado secuestrada por un grupo; además, ha sido una forma de abandono de su misión.

Se han equivocado los que han creído ver en el Reino de Dios un proceso político; es algo más exigente que eso: es un proceso interior que ilumina y orienta las fórmulas políticas, pero que no se identifica con ninguna de ellas.

Si alguien quiere contribuir a ese anuncio del Reino, lo debe hacer desde su testimonio de la esperanza, esa fe en lo posible. Tal es el carácter político irreductible de la fe cristiana, algo alejado de la pobre ofensiva en defensa de la familia; salvo que esta defensa sea un camino a la esperanza. Explica Yaksic, citando a Juan Bautista Metz que “el rol político del cristianismo está en el significado por la pregunta por la salvación de los que sufren y de las víctimas de la historia”. Allí la fe se convierte en política, pero una política trasfigurada por la solidaridad y la misericordia.

Lo otro, la montonera religiosa que tiene a un político como su pastor, es una mala noticia.