Arriba a la izquierda


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Por lectura, entiendo leer un libro: no un vistazo rápido a los mensajes de correo electrónico o del teléfono móvil, y mucho menos a un tweet lanzado aquí y allá que se olvida al segundo. Por lectura entiendo un objeto de papel, que consiste en un número variable de páginas lo que, como escribió Erri de Luca en un bello relato, implica que, en cada vuelta de la página, el ojo se mueve hacia “arriba a la izquierda”.

Con una espera consciente, a menudo cargada de emoción, nos encontramos con las páginas que nuestro ojo está a punto de leer. Rápidamente, tal vez incluso con voracidad, o lentamente, cuidadosamente, depende de nuestro grado de familiaridad con la narración, con la emoción que ese libro genera en nosotros o la curiosidad que puede despertar, a veces con dificultad.

¿Por qué un libro de ninguna manera se asemeja a las lecturas que se pueden hacer con un e-book o con los textos que se encuentran en internet?  El libro tiene vida propia, con una personalidad que se refleja en la cubierta, en las dimensiones, en su edición. En ocasiones, recién salido de la imprenta. En otra, muy antiguo, incluso puede tener un olor peculiar. Un libro no solo una sucesión de palabras impresas que se pueden seleccionar y copiar, sin comprender bien su calado y precisión. Los textos en internet parecen todos iguales, todos parecen verdad en tanto que están en la red.

Los libros revelan con bastante rapidez, desde la cubierta al aspecto exterior, que pertenecen a una determinada tipología: si han de ser manejados con reverencia y respeto, o bien son para llevar a todas partes y leer en cualquier lugar,  si tienen páginas arrugadas… Después de mirar un libro por encima, sabemos – al menos en términos generales – la relevancia o no de lo que nos encontraremos dentro.

La lectura de un libro, que siempre nos va llevar un margen largo de nuestro tiempo, implica silencio, meditación, soledad. Todas estas condiciones parecen muy difíciles de lograr en nuestras vidas, en tanto que siempre estamos inmersos en el ruido, afanados en mil cosas, en mil contactos que no pueden aliviar la soledad, pero que parecen llenar la vida.

Desde ahí, leer un libro hoy en día se puede considerar casi un acto heroico, o al menos extraordinario. Precisamente por eso resulta interesante e importante. Leer  alimenta nuestra imaginación, tanto abstracta como visual, como ninguna otra actividad puede lograr, ya que crea estímulos que nuestra mente traduce en conceptos e imágenes, en lugar de proporcionarlo ya enlatado como sucede en internet.

En esto radica su valor más alto a la hora de educar del ser humano. El libro es el único medio que puede desarrollar esa cualidad tan de moda hoy en día que se llama creatividad. Porque nutre nuestro cerebro, nuestra intuición, nuestra imaginación. Y nada puede hacerlo mejor que un libro, en tanto que se trata de un acto solitario y silencioso que permite adentrarse en conceptos profundos, descubrimientos o ideas de los que nacerán otras después.

La lectura de un libro no es un acto espontánea: hay que entrenarse para leer, cada vez más, cada vez mejor. En un primer momento, la concentración requiere disciplina, esfuerzo. Al igual que con todas las actividades importantes, el comienzo es difícil, pero se recompensa en abundancia porque el hábito de la lectura se convierte en parte de la vida y en compañía cuando se está solo, en ayuda cuando estás triste. Un libro es un compañero silencioso y constante, siempre dispuesto a compartir su contenido con nosotros.

No creo – como muchos piensan- que la lectura de un libro es una práctica obsoleta, abandonada para ser reemplazada por tabletas y similares. El libro es un objeto de futuro por su perfección sin par: no requiere energía, no se descarga, se puede leer en cualquier lugar, en cualquier momento. Solo necesita una fuente de luz, incluso tenue como una vela.

Es un objeto que se puede llevar con nosotros fácilmente, revelando una gran resistencia: es resistente al agua, puede hacer frente al frío y al calor excesivo, y  con frecuencia sobrevive durante siglos. Solo está en peligro ante el fuego y los roedores. Es mucho más duradero que una tableta, no desperdicia energía, ofreciendo muchas posibilidades y necesitando poco. Es muy difícil imaginar que haría la humanidad sin libros, si se olvidaría la verdadera lectura. Siempre habrá alguien con la suficiente curiosidad para descubrir qué se dirá “arriba a la izquierda”, pasando cada página.

Se llama el libro. Se puede leer sin la necesidad de una pantalla. Las páginas son accesibles y no desaparecen cuando se acaba la batería. Es más ligero que el portátil. No se quedará obsoleto el próximo mes. E incluso se puede prestar a un padre sin tener que explicarle cómo usarlo.